
El burnout o síndrome del quemado
El síndrome del quemado o burn out está muy extendido en entornos laborales, académicos y también en el ámbito de los cuidados. Te contamos qué
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Los antiguos griegos usaban el término Kairós para referirse al momento oportuno de hacer las cosas. Se diferencia de la manera cronológica de medir el tiempo y habla más bien de lo que los romanos conocían como la fortuna, el momento en que se te presenta una oportunidad; en otras palabras, estar preparado para reconocer y tomar ese famoso tren que pasa solo una vez.
En el fondo, no es más que una forma poética de aludir a esa importante cuota de incertidumbre que tiene toda vida humana, que nos lleva a tener que tomar decisiones imprevistas en cualquier instante – dado que por mucho que lo intentemos, no podemos controlarlo todo -. Estas situaciones son esencialmente diferentes de otras a las que también podríamos aplicar el término “momento oportuno”, que son aquellas en las que la decisión es planificada y sí depende de nosotros ponerlas en marcha o no.
Existen cierto tipo de situaciones cada vez más frecuentes en los procesos terapéuticos – y también fuera de la consulta, por supuesto -, en las que la persona se encuentra bloqueada a la hora de iniciar alguna acción o proceso vital porque cree que no está “al cien por cien” de su capacidad psicológica, ya sea cognitiva o emocional, y por tanto, decide paralizar sus planes hasta no haber alcanzado – de alguna manera mágica que no sabe explicar muy bien – ese estado óptimo que le permita continuar. Dicho de otro modo, sentarse a esperar el momento oportuno en el que “esté bien”.
Así, proyectos vitales como puedan ser un nuevo trabajo, empezar unos estudios, tener hijos o mudarse a otra ciudad, aunque sean deseados, se posponen hasta que se den unas condiciones ideales que nunca llegan. No es muy difícil detectar de qué manera la persona atrapada en esta situación se pone una pega tras otra para aplazar el momento oportuno de ponerse manos a la obra, pues la ristra de “peros” puede resultar interminable y en ocasiones irritante para quien la escuche. Detrás de este viaje introspectivo a ninguna parte, -puesto que se fía todo a alguna forma misteriosa de autorregulación emocional que desde dentro nos “coloque bien” – hay diversos patrones relacionados con miedos y prohibiciones propias, de los que la persona tiende a defenderse mediante diversas “fantasías de control” con las que trata de reducir su angustia.
Dependiendo del contexto, la biografía y la personalidad de cada individuo, estos patrones reconocibles de comportamiento adoptan diversas variantes, que pueden ser relativamente estables. En el marco del Análisis Transaccional, Eric Berne y Claude Steiner desarrollaron el concepto de guión de vida para definir y caracterizar estos esquemas de conducta basados en el recorrido vital de cada persona; una clasificación muy interesante de los tipos de guiones de vida es la que se refiere a cómo estructuran el tiempo. Hay un par de guiones especialmente descriptivos de este fenómeno:
Los guiones de “Hasta”. Se trata de personas que por lo general aplazan el disfrute hasta haber terminado toda una serie de tareas obligatorias, pesadas o difíciles. Ciertos mensajes parentales – o sociales – apuntalan este guión: “hasta que no termines los deberes, no sales a jugar”, “cuando termines el trabajo podrás descansar”. Proyectos personales relacionados con recompensas soñadas quedan en el cajón de temas pendientes, mientras que las obligaciones y el deber pasan delante. Es muy posible que estas personas se hayan prohibido el placer, el descanso o la alegría, consideradas de alguna manera automática y no consciente como peligrosas o inadecuadas. En realidad, es muy sencillo encontrar siempre nuevas tareas que realizar; el trabajo puede fácilmente convertirse en interminable y las labores del hogar son recurrentes, sin ir más lejos. Lo cual nos coloca más cerca del siguiente caso…
Los guiones de “Nunca”. La persona que vive un guión de este tipo, jamás alcanza a realizar sus deseos, aunque se vea rodeada de tentaciones y se atormenta por no poder lograrlas. Es posible que haya recibido prohibiciones de aquello que más deseaba hacer, interiorizando este tipo de actitudes. Los guiones de “Nunca” se detectan cuando la persona se descarta sin haber siquiera intentado comenzar nada, con excusas de tipo “esto es para otro tipo de personas”, “quizá en otras circunstancias lo habría empezado”, “ahora ya es muy tarde”. En esta variedad de autosabotaje, el momento oportuno jamás ocurre, dejando como saldo un sentimiento de incapacidad e inadecuación.
Dado que nos encontramos inmersos en mensajes tendentes a cierto tipo patológico de felicidad obligatoria, a dar lo máximo de cada uno en cada momento y otros mandatos sociales irrealizables y dañinos, no es extraño que estos guiones hayan derivado hacia una condición previa inalcanzable, la de “estar bien” antes de involucrarse en ningún proyecto que en el fondo nos gustaría realizar.
Obviamente, a todos nos gustaría iniciar etapas vitales en las mejores condiciones posibles y con un estado de ánimo donde predomine la seguridad, la tranquilidad y la confianza, en circunstancias materiales favorables. Pero esto suele ocurrir en muy raras ocasiones. El “momento oportuno” nos puede llegar tranquilamente mientras estamos tristes, cansados, irritables o desanimados. Un aspecto que no se suele tener en cuenta es el poder de los acontecimientos externos para cambiar nuestro estado emocional; quien hace pronósticos de fracaso estando triste no considera que un golpe de suerte le pueda llegar a animar lo suficiente, puesto que pesa más la sensación que está experimentando en ese momento.
Por eso es importante orientar el trabajo con estas situaciones de atasco en dos direcciones principales. La primera, aprender a darse permiso para iniciar o continuar actividades, aunque no estemos contentos, animados o al cien por cien; es verdad que nuestro rendimiento será más bajo, que probablemente lo podamos hacer mejor en otras condiciones, pero también que aquello que hagamos puede salir bien sin alcanzar condiciones óptimas. Muchos millones de personas van a diario a trabajar descontentas, enfadadas o atemorizadas y cumplen más que sobradamente con lo que se les pide. La satisfacción por completar alguna tarea o conseguir algún pequeño logro puede ser muy terapéutica. Paralizarse totalmente por tiempo indefinido a la espera de algo inconcreto no va a ayudarnos a mejorar el autoconcepto ni la autoestima.
La segunda, reconocer cuáles son los motivos auténticos que hay detrás de la cascada de justificaciones del tipo “es que no se da el momento oportuno”, cuando involucrarnos en algo depende de nosotros: suele ser algún tipo de miedo de fondo, para el que nuestra “máquina justificativa” que son los procesos cognitivos conscientes, fabrica incansables pretextos. Una vez que hayamos llegado a este punto, ya no podremos ignorarlo; a partir de ahí, se trata de buscar nuevas alternativas que nos permitan movernos hacia lo que queremos, o decidir una renuncia – y procesar el duelo consecuente – para poder seguir adelante. La alternativa es continuar aplazando y, por tanto, seguir sintiéndonos incapaces, fracasados o impotentes.
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