
El burnout o síndrome del quemado
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Una de las máximas de la filosofía estoica, recogida miles de años después por los psicólogos cognitivos, es que no sufrimos por lo que nos pasa, sino por lo que nos decimos a nosotros mismos sobre lo que nos pasa; es nuestro diálogo interior el que nos hace pasarlo mal y no estrictamente las situaciones vitales en sí. Si bien se le podrían hacer algunas enmiendas al pensamiento estoico, entre ellas la valoración negativa de las emociones y el excesivo énfasis en el desapego como herramienta para reducir el sufrimiento, el concepto de diálogo interior resulta muy útil en terapia.
Cuando las personas nos enfrentamos a alguna situación vital que requiere o dispara una valoración por nuestra parte – y por tanto, un proceso de diálogo interior, de toma de decisiones, planificación o acción -, activamos las dos vías de procesamiento cognitivo y emocional (LeDoux, 1996): la límbica o subcortical, que está relacionada con nuestras emociones y conocimiento intuitivo – y por tanto, inconsciente, o por decirlo más coloquialmente, nuestro piloto automático – y la cortical, que implica nuestra capacidad consciente, es decir, lo que solemos llamar nuestra parte analítica o racional.
El problema es que no suelen ir de la mano: mi conocimiento inconsciente está enchufado todo el tiempo y además de mi respuesta emocional, incluye ideas y pensamientos tan interiorizados que no los percibo cuando se activan; igual que necesito fijar mi atención en el acto de respirar para hacerlo consciente o “visible”. El razonamiento consciente requiere más esfuerzo, sobre todo para intentar justificar, explicarse o contraponerse a la información que nos envía el primero, mucho más potente, aunque influenciable por las elaboraciones del segundo. El resultado lo notamos en ese diálogo interior en el que nos damos y nos quitamos razones para escoger diferentes vías de actuación, en el que podemos atascarnos fácilmente dada la diversidad de conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos, los demás y el mundo en general, no siempre conciliable o fiable. Cuando la decisión no está clara y hay voces internas contrapuestas, entonces nos encontraremos bloqueados.
Este es el momento en que, según la psicología Humanista, las personas nos planteamos acudir a un psicólogo que nos ayude a conciliar esta discusión interna. Muchos de nosotros deseamos librarnos de algún pensamiento o idea limitadora que nos sabotea a la hora de hacer algo que hace mucho que deseamos; la mayoría trata de luchar contra esta voz tan poderosa, la primera que se activa cuando nos planteamos un proyecto de futuro – por ejemplo “ten cuidado”, “no te fíes de nadie”, “no vales nada, va a salir mal” -, sin mucho éxito. La clave de la terapia pasa paradójicamente por dejar de luchar contra ella, al menos directamente: aceptar que va a seguir siendo la primera que aparece durante un tiempo, e ir desautorizándola a base de examinarla detenidamente, cuestionar sus argumentos y especialmente, dar espacio a otras voces internas alternativas. Detrás de estos pensamientos alarmistas o desalentadores siempre hay mensajes más realistas, ajustados o positivos a los que es importante dar oportunidad de expresarse.
Si somos capaces de transcribir exactamente la cadena de pensamientos negativos y positivos y emociones que se disparan en nuestra mente cuando nos enfrentamos a determinadas situaciones – de pareja, laborales, personales, etcétera -, tendremos una pista clara de nuestro diálogo interior desde la que profundizar y empezar un proceso de cambio de “guión” de nuestra película mental: esta práctica se llama autorregistro y es una manera sencilla de observarse. Seguro que a partir de aquí podemos identificar algunos “personajes” internos, quizá incluso les podamos poner cara o deducir de dónde proceden o cuándo les dimos turno de palabra. No es infrecuente que me sorprenda hablándome como lo hacía mi padre o mi madre, pero sí que es probable que a partir de esta clarificación sea capaz de relativizar lo que escucho en mi interior.
Este estado corresponde a la función ejecutiva; cuando me escucho analizar la situación, los factores externos e internos, pros y contras. El Adulto toma las decisiones y está relacionado con la vía consciente o cortical. Sin embargo, cuando este diálogo interno está contaminado por los mandamientos paternos o las emociones inadecuadas del Niño, es fácil que se equivoque o que se bloquee, incapaz de resolver la disputa entre las otras voces. No siempre es el mejor estado para afrontar cualquier evento; si pensamos en una fiesta, por ejemplo, parece más adecuado escuchar a nuestro Niño, que es el que disfruta. Y quizá un poco al Padre, para que la diversión no se nos vaya de las manos.
Localizar estos personajes – facetas de nosotros mismos -, o quizá desarrollar nuestro propio “casting”, conocer para qué sirven y hablan como lo hacen, contrastar lo que nos dicen y las predicciones que realizan con los resultados reales e ir dándoles o quitándoles crédito según sean más o menos fiables, es un estupendo ejercicio de autoconocimiento aunque implique cuestionar nuestro diálogo interno.
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