
El burnout o síndrome del quemado
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Cualquiera que se haya pasado por la sección de autoayuda de una librería y haya visto por encima los títulos más destacados, se habrá dado cuenta de la enorme cantidad de mensajes orientados en una dirección principal: ser feliz a toda costa, por el método de estar con uno mismo, mirarse mucho hacia dentro, quererse un montón y realizar todos tus sueños, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. En redes sociales es habitual encontrarse el meme que nos insta a que nos dé igual lo que piensen los demás, y si alguien objeta a nuestros deseos u opiniones, lo borramos y punto. La exaltación del egoísmo.
De hecho, se trata del producto escrito de la legión de consejeros, asesores y gurús new age que ofrecen como solución para la insatisfacción vital una buena dosis de egoísmo y fantasías de realización muy semejantes a las de cualquier secta o movimiento religioso. Lamentablemente, en muchos casos figuras procedentes de la psicología profesional y la investigación científica se suman al indudable tirón de las soluciones mágicas que no necesitan nada más que creerse muy especial y único para que tu vida tenga éxito.
Sin embargo, una de las quejas recurrentes que encuentras en sesión y fuera de ella es la soledad cada vez mayor, la sensación de aislamiento, el deseo genuino de conectar con otros seres humanos más allá de una conversación superficial y la frustración de no saber cómo. No puedes evitar preguntarte si tanto apelar a tus propios deseos, necesidades o fantasías pueden estar levantando barreras egoístas entre personas. Sin embargo, un proceso de autoconocimiento requiere situar a cada individuo en sintonía con su propio “aparato vital” para distinguir qué parte es auténticamente suya y qué parte está insertada desde fuera. Este dilema entre persona y grupo es un clásico de la psicoterapia, una práctica de fuertes tintes individualistas con el declive de la terapia grupal.
Se suele señalar a la psicoterapia de la Gestalt de Perls como la introductora del egoísmo en sesión, lo cual es en gran parte cierto: Perls incidía mucho en la necesidad de centrarse en el aquí y el ahora y tomar conciencia de las propias necesidades para superar los bloqueos. También es verdad que Perls aterrizó en los EEUU de finales de los 50, una sociedad mucho más rígida y encorsetada que la actual. Por aquel entonces, la principal fuente de sufrimiento psicológico era la ansiedad frente a la ausencia de libertad para decidir el propio rumbo vital, o como se decía entonces, la neurosis. La dosis de “egocentrismo” terapéutico de las terapias psicológicas estaban dirigidas a reforzar al propio individuo frente al colectivo social – cabría preguntarse si, en el ámbito del Occidente capitalista, no habría cierta influencia ideológica derivada de la Guerra Fría -.
Ahora bien, el rumbo que ha tomado el modelo social actual es bastante diferente: un capitalismo individualista de tipo hedonista y un marcado egoísmo, con mensajes destinados a fomentar la búsqueda del placer y el bienestar personal, que apelan a las emociones – es decir, a nuestro niño interior – y las propias necesidades. En estas condiciones, ¿es sano que sigamos los psicólogos apelando a profundizar en la propia persona como brújula vital? ¿Contribuimos de alguna manera al sostenimiento de esta burbuja egoísta?
Analizar esta cuestión como la confrontación del individuo contra el grupo es meternos en un falso dilema. Aunque trabajemos en terapia con personas aisladas, siempre están ubicadas dentro de una red de relaciones, un contexto social que nos define más de lo que nos gusta admitir. El primer paso consiste en aceptar que la publicidad que nos venden es engañosa y que no somos totalmente libres…y menos mal.
En realidad, solo disfrutamos de cierto grado de libertad, limitada obviamente por aquello que el grupo considera lesivo o dañino para la comunidad. Además, nuestro propio sentido de la ética y la moral nos indica qué barreras son infranqueables para nosotros. Esto nos restringe el campo de elecciones posibles, lo cual no solo no tiene por qué impedirnos desarrollar una vida satisfactoria, sino que, si hacemos caso a los existencialistas, reduce nuestra ansiedad ante el exceso de libertad. Si a alguien le parece extraño este concepto, lo puede recordar la próxima vez que vaya a comprarse un teléfono móvil y quede paralizado ante la abundancia de modelos y tecnologías disponibles.
Es fundamental trabajar este aspecto en terapia, aunque contrarresta la corriente actual que insiste en que no hay límite para nuestros sueños: sí, sí lo hay. En algún momento encontraremos un impedimento, limitación u obstáculo que puede dar al traste con nuestro deseo, y una persona autónoma ha de estar preparada para lidiar con la frustración.
¿Entonces qué sentido tiene profundizar en el autoconocimiento, la autoestima o el Yo en psicoterapia? En principio, la respuesta fácil es que es el material con el que podemos trabajar con certeza; nuestras propias necesidades, emociones, creencias o pensamientos son las únicas a las que podemos acceder. Las del resto solo podemos deducirlas con más o menos acierto. Por eso mismo, porque es el material del que poseo toda la información, es la base para mi desarrollo personal.
Pero el aspecto esencial que estamos perdiendo de vista es el “para qué”. ¿Qué objeto tiene conocerse mejor? Este “egoísmo” fomentado al menos desde la Grecia Clásica, ¿para qué sirve? Pues básicamente para poder tomar conciencia de cómo sostenemos comportamientos que no nos gustan, de nuestros automatismos, de nuestra propia capacidad de cambio y de la influencia recíproca entre nosotros y los demás seres humanos. En el momento en que me reconozco y me acepto ahora, sé que puedo cambiar y puedo aceptar que los otros me van a cambiar. Que me van a mostrar mis propios sesgos – porque la información que yo genero es conocida, pero está sesgada – y yo puedo aceptar los suyos. Y en ese sentido, ese autoconocimiento me puede ser útil para dos objetivos: relativizar mi propia importancia y quitarme el peso del mundo de los hombros – no, no somos el centro del universo -, por un lado, y poder aproximarme a los demás de forma más auténtica y dispuesta a aceptarlos igual que he hecho conmigo mismo, por otra parte.
El propósito último del autoconocimiento sería por tanto no favorecer el egoísmo, sino el hecho de que cada uno de nosotros pueda tener una vida más armoniosa con el medio en el que se desarrolla, pues fuera de un medio social la existencia humana es casi imposible. Lo cual incluye una apertura hacia los demás, menor sentido de la propia importancia, autenticidad – la cual pasa por la aceptación de que no soy lo más especial del mundo – y flexibilidad para aceptar nuestra naturaleza cambiante y exponernos a aquello que no nos gusta. Es decir, lo contrario de lo que se fomenta desde los púlpitos de los gurús modernos, mensajeros de la palabra de la felicidad, del aislamiento en burbujas de protección que no son más que evasiones de la realidad de la vida y de las maravillas de la excepcionalidad de cada uno.
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