
El burnout o síndrome del quemado
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Inicio » Blog » Trastornos psicológicos » Cambios repentinos de humor y el mal uso de la palabra bipolar
Se ha convertido en una frase hecha de uso corriente calificar a alguien – incluido uno mismo – de “ser un poco bipolar” para referirse al hecho de tener cambios repentinos de humor con cierta frecuencia, incluso en el espacio de horas. En otras palabras, tener la capacidad de modificar nuestro estado emocional, en función de lo que nos vaya pasando durante el día, o incluso sin una causa aparente. La popularidad de esta coletilla ha aumentado tanto últimamente y se emplea tan a la ligera, que quizá haya llegado el momento de aclarar los términos.
Los profesionales de la psicología sentimos cierta aprensión cada vez que escuchamos esta confusión, dado que se está confundiendo con un trastorno psicológico cuyo origen aún no está del todo claro; podría estar relacionado con alguna alteración neurológica, aunque se discute si hay algún tipo de procedencia genética. Lo más probable es que sea una combinación de genética y ambiente, pero poco se sabe todavía. El trastorno bipolar, que antiguamente se llamaba psicosis maníaco-depresiva es un trastorno del estado de ánimo que tiene una fuerte afectación para la persona que lo sufre – en España se calcula que hay un millón de personas diagnosticadas, aunque vivimos una época de sobrediagnósticos y hay que ser cauteloso -.
Ciertamente, el trastorno bipolar se caracteriza por cambios notorios y bruscos del estado de ánimo: quien lo sufre alterna fases de hiperactivación conocidas como maníacas con fases de tristeza profunda y depresión en las que la persona se encuentra totalmente hundida. Sin embargo, las oscilaciones son mucho menos frecuentes de lo que la gente cree y por tanto estos períodos pueden durar semanas o meses incluso. Desde luego, no en el transcurso de unas horas. Así que es importante no confundir lo que se conoce como labilidad emocional, en la que mostramos expresiones afectivas cambiantes y poco proporcionadas como reacción a algún estímulo – que es lo que incorrectamente se etiqueta como “bipolar” -, con este trastorno.
Si yo me levanto de buen humor, salgo de la ducha cantando y a los pocos minutos estoy enfadadísimo porque me he manchado la camisa con el café del desayuno no tengo un trastorno bipolar. Seguramente tenga un problema para manejar mis emociones y no controle mis cambios de estado de ánimo, porque reacciono de manera exagerada a eventos triviales, pero trastorno bipolar no. La labilidad emocional, que es como se conoce al cambio abrupto de estado emocional, puede proceder de muchos otros factores. Por ejemplo, de otros cuadros clínicos o alteraciones tanto psicológicas como fisiológicas –el síndrome premenstrual es un clásico –. O puede deberse a mis rasgos de personalidad y no necesariamente a que tenga nada clínico. Ya vivimos una época de patologización de la vida cotidiana como para añadir más motivos de alarma.
Hay también una diferencia esencial en cuanto a las características de estos cambios de humor entre los que sufren las personas con trastorno bipolar y las que simplemente presentan cambios repentinos de humor, relacionada con la intensidad extrema de las primeras. Durante las fases maníacas, se experimenta una fuerte activación que lleva a la persona a tener dificultades de concentración, disminución del sueño, verborrea, etcétera. Además, aparece una sensación de euforia que se traduce en ideas de grandiosidad y fantasías optimistas. En otras palabras, te puedes llegar a creer invulnerable y tomar decisiones llamativas como desnudarse en lugares públicos, regalar todo tu dinero, pelearte con desconocidos o episodios similares, con toda la problemática que conllevan.
También puede ser que aparezcan con menos intensidad y entonces se llaman fases hipomaníacas, donde la persona entra en un periodo de frenética actividad y despliega una enorme cantidad de energía. Muchas personas de creatividad desbordante, como escritores, pintores, artistas o científicos, sufrían este trastorno y su producción era debida a estos momentos de especial inspiración. Algunos ejemplos son Van Gogh, Dostoievski, Virginia Woolf, Foster Wallace, San Juan de la Cruz … entre otros muchos.
Las fases maníacas se alternan con periodos mucho más sombríos, que pueden durar meses y se conocen como fases depresivas. La melancolía es profunda y la persona entra en una depresión grave, en la que puede existir riesgo de suicidio. Especialmente cuando la manía desaparece y la persona es consciente de lo que ha ocurrido, los sentimientos de culpa, tristeza o ansiedad son muy fuertes. No es necesario insistir en el sufrimiento que padecen las personas con trastorno bipolar en estas fases. Es decir, nada que ver con pasar de estar contento a enfadado en una mañana de lunes cualquiera.
Durante mucho tiempo, la manera de tratar el trastorno bipolar consistía en administrar litio como regulador del humor. Es decir, que mitiga los episodios de manía o depresión más grave. En realidad, no se sabe muy bien cuál es el mecanismo por el cual el litio consigue esto, pues se trata de una serendipia o descubrimiento casual del entonces desconocido psiquiatra australiano John F. Cade en 1949. Aunque el tratamiento actualmente incluye antiepilépticos o antipsicóticos, el litio sigue empleándose para controlar estos picos de estados de ánimo; el problema es que afecta gravemente a los riñones, aparte de que los pacientes desarrollan resistencia. Por supuesto, además de la medicación, se necesita atención psicoterapéutica y el seguimiento por parte del psiquiatra.
Así que a menos que presentes estos síntomas que tanto dificultan el desarrollo de una vida normal y tranquila – si no se tratan adecuadamente -, no, no eres bipolar. Eso sí, si los cambios de humor repentinos te pueden llegar a preocupar, consulta con un psicólogo debidamente formado para que te ayude.
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