
El burnout o síndrome del quemado
El síndrome del quemado o burn out está muy extendido en entornos laborales, académicos y también en el ámbito de los cuidados. Te contamos qué
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A estas alturas, decir que Internet ha revolucionado la vida diaria de la mayoría de la población es una obviedad que a nadie sorprende ya. Utilizamos este medio para casi todo; hacer gestiones, comprar toda clase de artículos, pasar ratos de ocio, buscar ayuda o información…y también una pareja. Cuestión esta última muy delicada, ya que a diferencia de las anteriores pone en juego nuestras emociones y deseos más íntimos, no en vano uno de los proyectos vitales del ser humano está relacionado con encontrar un compañero en su recorrido. Este anhelo tan importante se pone en juego en un entorno virtualizado como son las relaciones por internet donde los esquemas habituales a la hora de encontrar una relación de pareja se muestran inadecuados.
En nuestra práctica clínica nos vamos encontrando con frecuencia esta situación y percibimos que se trata de una fuente habitual de angustia, desconcierto y frustración entre quienes recurren a esta herramienta para encontrar pareja. Si ya de por sí no es en absoluto sencillo entablar una relación con alguien basada en intimidad, respeto mutuo y confianza en un escenario “tradicional”, hacerlo en un contexto como Internet, cuyos rasgos principales son la inmediatez y el exceso de información irrelevante, puede convertirse en la clásica búsqueda de la aguja en el pajar.
A la hora de complicar este proceso de buscar un contacto íntimo con el otro, creemos por tanto que se combinan dos grandes factores a la hora de influir en el resultado: por una parte nuestras propias ideas, creencias y valores respecto a lo que supone una relación de pareja y por el otro respecto al medio que estamos utilizando. En este artículo intentaremos dar un breve repaso a las dimensiones implicadas en este proceso y a las dificultades o distorsiones más comunes.
Las teorías clásicas que estudiaban el proceso en que los humanos nos emparejamos daban como condiciones que intervenían la proximidad física (Festinger, Schachter y Bach, 1950), que nos permitía tener accesibilidad y familiaridad con los demás (Zajonc, 1968). En otras palabras, tener acceso físico frecuente a alguien nos facilita desarrollar sentimientos más positivos hacia esa persona. Los demás factores investigados son el atractivo físico, especialmente en los momentos iniciales (tendemos a percibir lo bello como bueno), y en una fase más avanzada de conocimiento personal parecen operar bien la semejanza en actitudes, valores y opiniones, o bien una complementariedad en cuanto a las necesidades. Si el proceso se desarrolla satisfactoriamente se alcanza la intimidad, que definía Berne como “una fusión auténtica de dos personalidades”.
Pues bien, con la irrupción de las no ya tan nuevas tecnologías, y la multiplicación de páginas de contactos, portales especializados para buscar pareja, salas de chat o cualquier medio cibernético de comunicación a distancia, este proceso tradicional se altera: es posible tener proximidad, estar asegurado el acceso y cierta familiaridad pero en todo caso limitado puesto que hay aspectos del otro que permanecen desconocidos, por ejemplo al faltarnos el componente de presencia física (más allá de fotografías, vídeos o webcams) y en definitiva establecer complementariedad sin haber pasado antes por el acto de conocerse en persona. Esta desestructuración (o reestructuración) del mecanismo habitual supone una adaptación no exenta de problemas. En general estos aparecen cuando “descontamos” (es decir, no tenemos en cuenta) algunos aspectos importantes, o bien añadimos cosas de nuestra propia cosecha cuando carecemos de información para completarla. Vamos a hacer un pequeño repaso de los más habituales en las relaciones por internet.
Es muy posible que la primera vez que alguien se adentre en un portal para conocer gente se vea abrumado por la cantidad de perfiles y la velocidad con la que se suceden. Establecer una comunicación, por pequeña que sea, puede ser muy rápido, y también abrumador el número de peticiones de contacto. En estas condiciones, cuando hay tantos estímulos donde dirigir nuestra atención, lo más habitual es que seamos incapaces de decidir, o nos dispersemos ante el “exceso de oferta”; los seres humanos tenemos límites respecto al número de percepciones a las que podemos atender de forma eficaz. Así es difícil centrarnos en alguien en concreto: si la persona a la que escribimos no nos contesta, no necesariamente se debe a que nos ignore, es posible que ni nos haya visto entre tanta información.
En este contexto tan implacablemente veloz, es importante tener en cuenta cómo estructuramos nuestro tiempo y cuál es nuestro propio ritmo. En este sentido, creemos que la teoría de Berne sobre este particular es muy interesante. Según su clasificación, en nuestra comunicación con los demás repartimos el tiempo en rituales, actividades, pasatiempos, juegos psicológicos y finalmente, intimidad. Cada una implica un grado de libertad más grande que el anterior y por tanto mayor incertidumbre e inseguridad, por lo que acercarnos a la intimidad supone un riesgo emocional: por ello las etapas menos comprometidas nos aportan la seguridad (y el tiempo) necesaria para decidir si aquella persona es fiable como para aproximarse más. El ritual, por ejemplo, consiste en formas de comunicación estereotipadas y conocidas por los implicados que permiten presentarse o compartir eventos sociales sin exponer nada de nosotros mismos; todos sabemos qué hay que hacer o decir, así que estamos a salvo. Los pasatiempos son un nivel más avanzado, dado que son más libres, pero repetitivos (como las conversaciones sobre hijos, coches, televisión), y permiten conocer algo mejor a otros salvaguardando aspectos más personales. En los contactos por Internet, si nos vemos empujados por la premura del medio y nuestras ganas de encontrar pareja, es posible que corramos demasiado para llegar lo antes posible a la intimidad, con los riesgos que ello implica, y puede incluso que con varias personas a la vez.
Es más, esa intimidad alcanzada puede ser perfectamente aparente; hay quien se queda en la etapa de los juegos psicológicos, una forma disfuncional e inconsciente de comunicarse para cubrir nuestras propias necesidades de atención, afecto o reconocimiento aunque sea de manera negativa. Estos juegos se caracterizan porque enganchan, ya que tienen una dinámica repetitiva, confirman algunos de nuestros propios “mitos” o creencias y establecen una manipulación del otro por parte de los jugadores. El juego evita la autenticidad, por lo que no arriesgamos en una intimidad verdadera, y presentan también el riesgo de fomentar simbiosis, que pueden ser muy estables: por ejemplo, aquellas personas que se presentan como Víctima buscando un Salvador que las cuide. Hay muchos juegos diferentes pero casi todos tienen saldos negativos, generando el consiguiente malestar.
Aquí entran en escena, como hemos apuntado antes, nuestras propias creencias, que a veces nos importa más preservar frente al contraste con los demás que no cuestionarlas. A la hora de tener relaciones online juegan un papel esencial las expectativas propias que tenemos al respecto: cómo creemos que ha de ser nuestro compañero ideal. Enfrente nos encontramos de entrada con una “tarjeta de visita”, y si las cosas van bien, con alguien que nos contesta al otro lado de la Nube. Si lo que leemos nos gusta, es muy sencillo ir completando lo que desconocemos, los “huecos” de información, con aquello que nos gustaría que tuviera el otro. Este proceso no es exclusivo de las relaciones por Internet, de hecho, enamorarse implica atribuirle al otro todas las virtudes importantes para nosotros; en definitiva, todas nuestras necesidades cubiertas por un ser maravilloso. Al menos durante un tiempo nos creamos una imagen irreal e idealizada de nuestra flamante nueva pareja, que tiende a ser perfecta al principio. Sin embargo, por Internet nos falta mucha información, especialmente la percepción sensorial que se activa en presencia de los demás. O dicho de otra manera, todo aquello que el lenguaje corporal, el no verbal, el gesto, el tono y el timbre de voz, la postura o la actitud nos ofrece. Y que en las herramientas virtuales desaparece, queda desvirtuado, o también podríamos decir que toda esa atención la depositamos en analizar en exceso el detalle de lo que tenemos, generalmente texto.
Lo que no sabemos, lo rellenamos a nuestro gusto y quizá esa persona tan especial después no se corresponda con la imagen que nos hemos hecho al conocerla en contextos “físicos”. Este es uno de los momentos más críticos en este proceso: pasar de la virtualidad a la realidad. Muchas personas, por miedo a que un contacto real frustre esa fantasía que han fabricado inconscientemente, se resisten a exponerse al riesgo de tal desengaño. Este es a nuestro juicio una de las situaciones más difíciles de manejar; la frustración de nuestras expectativas. Lo cual es prácticamente imposible que no se dé, dado que si contactamos con 10 o 12 personas, es casi seguro que a alguna no le gustaremos. Una baja tolerancia a la frustración, el miedo al rechazo del otro en el fondo esconde muchas veces un rechazo a aspectos propios, por lo que una página de contactos quizá no es el lugar más indicado para entablar relaciones si no tenemos bien trabajada nuestra autoconfianza y estima personal. Que una persona, cinco o quince no quieran tener una relación íntima con nosotros no significa que no seamos una persona válida digna de ser querida; no podemos gustarle a todo el mundo, menos si hablamos de relaciones de pareja. Igual que a nosotros no nos gusta todo el mundo, o no tendríamos relaciones con todos. Cuando cada contacto se convierte en un juicio a nuestra persona al completo, la angustia se dispara a extremos a veces peligrosos.
Un recurso frecuentemente adoptado frente a este miedo al desencanto consiste en limitar el contacto al medio virtual y evitar el momento fatídico de verse y que se rompa esa “magia” con una persona que creemos especial. Así, hay quien decide no romper la barrera de la virtualidad. Esta evitación puede proteger de eso que asusta tanto, pero por otro lado el problema no se elimina solo. De hecho, todo ese tiempo que persistimos en una relación que no pasa a otro contexto es tiempo que no invertimos en otras que sí podrían prosperar, por lo que es fácil “atascarse” en relaciones cibernéticas. Una buena estrategia es el afrontamiento, siempre que nos veamos capacitados para ello; es recomendable pasar al plano “real” lo antes posible si la otra persona nos interesa, antes de que la fantasía se haga más grande y poderosa. Un café o cualquier otra cita inocua pueden bastar para ajustar nuestras expectativas.
Por último, el otro foco principal donde se dispara el malestar es el proceso inverso al comentado: al igual que le colocamos al otro nuestros propios deseos, pasamos mucho tiempo intentando averiguar qué es lo que piensa y qué expectativas tiene. El oficio de adivinador de pensamiento tiene muchos adeptos, y está muy relacionado con nuestros miedos particulares. En cuanto la persona con la que hablamos frecuentemente se muestra más retraída, o no nos contesta en plazo y forma como deseamos, se le atribuye desinterés, desidia, o que “no le importamos”. Esto en el fondo es un miedo antiguo, procedente de la infancia, a no ser reconocidos que nos hace colocarnos en el centro del mundo: somos responsables de lo que el otro hace, especialmente para mal.
Se entra entonces en un círculo vicioso donde cualquier acción del otro es una señal de que hay algo que no estamos haciendo bien, y tratamos de deducir su pensamiento a partir de lo que sabemos. En realidad, se trata de otra fantasía (ya que es imposible conocer lo que piensa) en la que estamos entregando a otra persona un gran poder: cedemos la iniciativa y pasamos a reaccionar dependiendo de lo que haga. Tener la sensación de que el control de tu vida está en manos de otra persona es una situación muy angustiosa en la que nos vemos con frecuencia impotentes, cuando en definitiva lo hemos cedido nosotros mismos. Es importante tener claro que en cualquier circunstancia, siempre podemos elegir, al menos cómo afrontamos lo que nos viene. En este caso, podemos decidir si lo que nos ofrecen lo queremos o no.
Hay situaciones concretas que ejemplifican muy bien todo esto que estamos contando, una de ellas es la cuestión alrededor de la exclusividad. Cuando se llega a la conclusión de que estamos interesados en alguien, podemos descartar a todos los demás si queremos. Sin embargo, el otro no tiene por qué querer hacer lo mismo, o en cualquier caso, es posible que no siga el mismo ritmo. Pedir exclusividad a alguien que hemos conocido recientemente por un medio en el que lo más probable es que hable con varias personas a la vez suele ser contraproducente; además esta necesidad de exclusividad inmediata es nuestra. Presionar al otro con esta exigencia suele tener resultados contraproducentes. De nuevo es una buena actitud esperar y observar a ver cómo evoluciona la relación, y en base a la respuesta que nos llegue, decidir el siguiente paso.
Ya hemos apuntado algunas observaciones a lo largo del texto sobre relaciones online, entendemos que cada cual es alguien único e irrepetible y no hay fórmulas mágicas para todos, pero de entre lo apuntado creemos que es básico detenernos a observar qué nos transmite el otro y cómo lo sentimos. Qué percibimos en su actitud y si esto nos satisface, o nos encontramos incómodos, por encima de las ganas que se tengan de estar con alguien. Darnos permiso para avanzar a nuestro ritmo, descartando a quien no lo pueda o sepa respetar. Y consideramos fundamental un trabajo de separar qué parte de la otra persona es una fantasía que hemos puesto ahí porque necesitamos creer en ello. En definitiva, siempre puede uno hacerse las preguntas gestálticas clásicas sobre el aquí y el ahora, especialmente cuando sintamos malestar: Qué siento, qué estoy haciendo, qué quiero conseguir, qué me gustaría que ocurriese y sobre todo, qué estoy evitando. Se trata de compartir con alguien, se encuentre por Internet o en la tienda de la esquina, y no de atravesar un camino de sufrimiento persiguiendo una fantasía.
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