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Para la Psicología Humanista los problemas psicológicos se entienden como bloqueos al potencial personal de realización más que como “enfermedades”, por lo que evitamos etiquetar a las personas puesto que se corre el riesgo de que se identifiquen con su etiqueta. Con este marco estrenamos en este espacio una serie de análisis clínicos de personajes históricos para mostrar que un problema psicológico no tiene porqué ser incapacitante, incluso para destacar en algún ámbito, ni significa que la persona tenga un funcionamiento “anormal” que la excluya socialmente. Por otro lado, pensamos que es una forma interesante de acercar la psicología a otras áreas de la actividad humana de la que no está separada, y en definitiva, que se trata de un ejercicio interesante para cualquiera que tenga inquietudes por la psicología o las humanidades en general.
El perfil del que nos ocupamos en esta primera entrega es todo un héroe nacional estadounidense; comandante de las fuerzas aliadas en el Pacífico durante la 2ª Guerra Mundial y en la de Corea, y gobernador del Japón de posguerra, Douglas MacArthur. Para la mayoría es más conocido por sus campañas de Filipinas y su famosa frase profética (“¡Volveré!”). Sin embargo, no demasiada gente sabe que MacArthur presentaba algunos problemas psicológicos de naturaleza bastante compleja y que de algún modo se reflejaban en los grandes contrastes de su particular y paradójica manera de actuar.
Douglas MacArthu nació en 1880 en Little Rock, Arkansas. Pasó sus primeros años en una sucesión de fuertes a lo largo de la frontera del Oeste, donde estaba destinado su padre: Arthur MacArthur Jr., fue coronel antes de cumplir 20 años, durante la Guerra de Secesión, Medalla de Honor del Congreso y descendiente de una familia de nobles clansman escoceses. Ambicioso, dominante y necesitado de reconocimiento, inculcó en su hijo Douglas el deber de continuar la tradición familiar encarnada en su propia imagen de gran guerrero. También le transmitió algunos rasgos que le habían impedido alcanzar puestos más altos: tendencia a la insubordinación y una terrible desconfianza hacia sus superiores, especialmente los civiles.
Su madre, Mary Pinkney Hardy – “Pinkie” -, era igualmente ambiciosa, dominante y necesitada de reconocimiento. Ella le instruyó en el sentido del deber hacia Dios, su país y su familia. Por motivos desconocidos, hasta los cinco años lo vistió con faldas y rizos largos como si fuera una niña. En este periodo, Douglas creció montando a caballo en las amplias praderas del desierto, aprendiendo a disparar y confraternizando con los soldados.
No fue un buen estudiante de primaria; hasta los 13 años no empezó a cosechar buenos resultados, aunque el instituto donde acudía entonces tenía un nivel educativo muy bajo. Tampoco destacó en habilidades físicas, puesto que padecía una escoliosis que le dificultaba la práctica deportiva. A pesar de ello, su familia movió influencias para que ingresara en una academia militar y tras una serie de rechazos, mediante estudio y ejercicio intensivo fue admitido en West Point en 1899.
Su estancia en la academia militar es bastante significativa, aunque le dedica unas pocas páginas en su autobiografía, y nos da interesantes pistas sobre su singular relación con su madre: Pinkie le acompañó en la Academia durante los 4 años que estuvo allí, vigilando, aconsejando y aleccionando diariamente a su hijo en su “misión”. Da la impresión de que por mucho que Douglas tratara de superar sus trabas físicas e intelectuales para agradar a su dominante madre, sus logros no parecían suficientes, aunque por otra parte cabría plantearse si tal cosa era posible. MacArthur comentará en sus memorias que no estudió más que cualquier otro cadete, pero su compañero de cuarto lo desmiente; se levantaba antes que nadie y estudiaba de sol a sol no para graduarse sino para ser el mejor de todos. Con tan gran exigencia a cuestas, MacArthur se graduó en 1903 como el primero de su clase.
A partir de aquí, de nuevo sus padres movieron sus contactos para colocarlo en diversos cargos militares más bien burocráticos pero destinados a promover su carrera, y que a Douglas no parecían estimular demasiado: los informes de sus superiores son en general negativos y hablan de indolencia y desmotivación. Empezó a destacar en cuanto recibió el mando directo de tropas, lo que indica que poseía indudables habilidades militares. Este baile de destinos le llevó en diversas ocasiones a las Islas Filipinas, donde su padre era Gobernador y con las que estableció un vínculo afectivo que le marcaría en el futuro.
La relación de MacArthur con las Filipinas se convirtió en una auténtica proyección de su destino: su actuación durante la guerra está marcada por este fuerte factor psicológico personal, que le hizo tomar decisiones bastante discutibles a pesar de su capacidad. Esto quedó patente cuando organizó la defensa de las Islas.
Lo primero que hizo fue reemplazar el plan anterior, a pesar de estar bien preparado, por uno propio – y totalmente opuesto – que resultó fatal cuando el temido desembarco japonés se produjo. El efecto inicial en Douglas MacArthur fue negarse a admitir la realidad del éxito enemigo. Esta ilusión de infalibilidad era probablemente producto de la imposibilidad de aceptar lo que estaba tomando como un fracaso personal en el momento y lugar más comprometido para él. A continuación se “encerró” con su Estado Mayor en su búnker de la isla de Corregidor, visitando sólo una vez el frente y ganándose así el apodo de “Dugout Doug” – Dugout: fortín o refugio -. Al mismo tiempo sus manías se exacerbaron, según indican sus diversos biógrafos. Todo esto podría ser indicativo de una depresión, producto de la profunda herida narcisista que supuso sufrir una derrota y perder lo que era un “objeto” tan querido.
La evacuación de las Islas debió resultarle una verdadera humillación; desde entonces dedicó obsesivamente todos sus esfuerzos a modificar la estrategia norteamericana en la guerra del Pacífico para reocupar Filipinas, lo que le llevó a enfrentarse agriamente con muchos de sus compañeros y superiores. El general Douglas MacArthur pasó por encima de cualquier consideración estratégica – e incluso de sus propios principios tácticos – en lo que era en realidad una cuestión puramente personal. Finalmente obtuvo permiso para reconquistar las Islas: a pesar de la victoria, la campaña fue un desastre, sufriendo una alta tasa de bajas debida de nuevo a una mala planificación. Por ejemplo, se empeñó en ocupar Manila para el día de su cumpleaños, objetivo que no pudo conseguir. La resistencia japonesa fue mucho más tenaz que la ofrecida por MacArthur en 1942, por lo que su comandante, el general Yamashita, pagó toda la frustración del norteamericano, siendo acusado y ahorcado por un acto criminal de que no era responsable.
Según la teoría del Análisis Transaccional, en los primeros años de vida las personas realizamos una elección trascendental, producto de un conflicto existencial y de los mensajes que nuestros padres o responsables nos envían de forma consciente e inconsciente. Esta elección determinará nuestras actitudes, conductas y creencias posteriores, siguiendo lo que Eric Berne llama el “guión de vida” (Berne, 1972). La teoría es bastante compleja, pero simplificando podríamos encontrar en el guión del general Douglas MacArthur lo siguiente:
Unos poderosos mensajes o mandatos paternos, que se transmiten de forma inconsciente y no verbal, y actúan como una “maldición” que el niño puede aceptar o no. En este caso el mensaje de ambos progenitores podríamos identificarlo con:
Los mensajes paternos se refuerzan con otros llamados mensajes de contraguión o impulsores, que suelen ser positivos y socialmente aceptables. Tienen menos fuerza que los anteriores, pero aunque aparentan contradecir el guión, en realidad lo refuerzan. El impulsor del padre sería “Sé perfecto”, mientras que la madre añade a éste el de “Complace”.
Con todos estos elementos, el niño toma una decisión: en el caso del joven MacArthur parece que asumió estos mensajes parentales como propios, aceptando el guión aparentemente sin discusión (Buhite, 2008); según lo visto, la decisión podría ser “te demostraré que soy el mejor” (Gimeno-Bayón y Rosal, 2013). A partir de entonces se construye el mito, es decir, todo un auto-concepto adecuado al papel que ha aceptado representar. Douglas MacArthur asumió una idea mítica de sí mismo como alguien destinado a la gloria; inteligente, decidido, con grandes dotes castrenses…en definitiva un genio militar indiscutible. El mito suele estar relacionado con algún modelo o héroe (Martorell, 2000), y no es sorprendente que el de nuestro protagonista fuera Julio César, figura que representa todas las virtudes del militar elevado al puesto más alto posible. De hecho, MacArthur gustaba mucho de emplear citas de la Antigüedad aunque no fuera especialmente culto.
Sin embargo, esta imagen adecuada al guión no se corresponde con la realidad personal; la parte de nosotros que no se ajusta es reprimida o sustituida. La inseguridad que le provocaban sus debilidades era incompatible con los mandatos paternos de éxito y perfección, por lo que la negó, desarrollando un fuerte narcisismo compensatorio. MacArthur presentaba un ego exagerado inmerso en una fantasía de infalibilidad. La mayoría de quienes trataron con él regularmente hablaban de su comportamiento egocéntrico, autopromoción publicitaria, teatralidad y vanidad exagerada, que varios autores no dudan en calificar de “hybris” (Buhite, Furbank, Beckman). Desde una perspectiva clínica, Douglas MacArthur cumple sobradamente los criterios de un trastorno narcisista de la personalidad según el DSM-IV.
Era un hombre que necesitaba admiración constante como fuente principal de afectividad, tal como la obtenía de su madre complaciéndola. Exigía lealtad absoluta a sus hombres, mostrando una gran intolerancia a la crítica, y se rodeaba de personalidades mediocres que le adularan sin cuestionar sus decisiones, ya que las percibía como una amenaza; mantuvo frecuentes discusiones con presidentes y secretarios del Gobierno, llegando a desarrollar conductas paranoicas y pensamientos obsesivos. Le gustaba mostrarse en público ataviado de forma estrafalaria con todas sus medallas encima (otro “disfraz”), a pesar de provocar burlas ajenas a las que era aparentemente insensible. Un rasgo típico de este cuadro clínico es el bloqueo o confusión cuando se le confronta, como le ocurrió en sus campañas en Filipinas.
Según la teoría psicoanalítica, Douglas MacArthur permanece en una fase edípica donde no se ha producido la desindividuación de la madre, manteniéndose vinculado a ella como objeto de deseo. Este ciclo de desarrollo psicosexual incompleto tuvo repercusiones en su vida sentimental: su primera experiencia tuvo lugar a los 42 años con su primera mujer, matrimonio que provocó una fuerte crisis materna, abiertamente hostil. Después de su divorcio, MacArthur conoció a “Dimples” – Hoyuelos -, una cabaretera filipino-escocesa sexualmente muy activa con la que mantuvo una curiosa relación paternalista y dominante; la llamaba en sus cartas “my darling baby girl”, y firmaba “Your daddy”.
Podemos hablar en este caso de una neurosis como mecanismo de defensa (que implica, según Freud, la represión de la pulsión libidinal cuyo objeto es la madre, y que por tanto es inaceptable para el sujeto). Se produciría un desplazamiento del deseo hacia el ámbito del mandato materno: obtener admiración mediante el triunfo en su carrera militar.
Desde el Humanismo, si seguimos a Fritz Perls, la neurosis es una forma de no “darse cuenta” de impulsos desagradables para el yo (inhibiendo emociones prohibidas), un “mantenerse ciego” ante lo que no nos gusta de nosotros (De Casso, 2003). Se vuelve más rígida, con mayor necesidad de control, cuanta más perturbación hay en la zona de contacto del yo con el ambiente y con las instancias psíquicas internas: el general Douglas MacArthur percibía por un lado la realidad exterior como amenazante y por el otro sus propias limitaciones internas.
Su sintomatología neurótica estaba por tanto relacionada con aquello que podía impedirle cumplir su guión de vida: era muy hipocondríaco, seguía un estricto régimen de horarios y comidas y presentaba una marcada fobia a los entierros, la sangre y los heridos. En el agravamiento de estos comportamientos debieron influir sin duda las muertes repentinas de su padre y su hermano – distinguido oficial naval – : la conexión con el propio yo de MacArthur se vio reforzada por los episodios de enfermedad que sufrió su madre en ambas ocasiones, requiriendo de forma muy demandante la presencia de Douglas a su lado. Huelga decir que estas “enfermedades” remitieron al poco de encontrarse con su hijo.
Sin embargo, era capaz de correr grandes peligros en otras ocasiones: durante la 1ª Guerra Mundial, época en la que se le vio en primera línea de combate – soportando dos ataques con gas sin ponerse la máscara, aunque podría obedecer a claustrofobia (Murray y Miller, 2005) -, o en Corea, donde se expuso al fuego de francotiradores enemigos. Pese a que pueda parecer paradójico, tiene sentido si pensamos que podría estar “actuando” según el mito construido para cumplir su guión de vida.
A pesar de su teatralidad (Truman le llamaba “Divo”) y de los muchos contactos que cultivó durante su carrera, MacArthur no tenía amistades íntimas: de hecho mostraba una gran timidez y ausencia de habilidades sociales rayana en la fobia social. Siendo consciente de sus limitaciones, no dudaba en mostrarse manipulador para conseguir sus objetivos (por ejemplo, era conocido por contar mentiras exageradas).
A pesar de su difícil guión de vida, Douglas MacArthur encaja en el tipo de guión que Berne clasificó como Triunfador , entendido como aquella persona que consigue cumplir con sus mandatos satisfactoriamente: tras la victoria aliada fue nombrado gobernador del Japón ocupado, que dirigió con mano firme hasta 1951 como un “dictador” al estilo romano, ocupando el lugar por el que tanto había luchado y convirtiéndose en un mito nacional. Sin embargo, siguiendo a Steiner podríamos añadir que se trata de un tipo Triunfador Sin Amor, dadas las carencias afectivas comentadas: es relativamente frecuente entre personas con trastorno narcisista alcanzar éxitos y metas sociales (Gimeno-Bayón, Rosal, 2013).
Bibliografía
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Psicóloga y psicoterapeuta humanista (Núm.Col. 16.934) Licenciada en Psicología (UB 2004), Doctorado en Personalidad, Desarrollo y Comportamiento Anormal (UB 2008), Máster en Terapia Cognitivo Social (UB 2009), Máster en Psicoterapia Humanista Individual y de Grupo (Instituto de Interacción 2014). Especializada en tratamientos avanzados para el trauma psicológico: Psicoterapia y Reprocesamiento del Trauma (Instituto Alecés 2016), Brainspotting I y II (Instituto Alecés 2016) y Psicoterapia Sensoriomotriz. Desregulación afectiva, defensas de supervivencia y memoria traumática (Sensoriomotor Psychotherapy Institut e Instituto Carl Rogers 2017). He realizado actividades de investigación, formación e intervención psicoterapéutica en diferentes ámbitos (conducta violenta, violencia de género, fibromialgia, terapia familiar, discapacidad, trastorno mental grave, grupo de ayuda mutua y crecimiento personal, entre otros). Durante el 2017 participé en el equipo de investigación de la UOC en el proyecto Escola Nova 21 sobre nuevas pedagogías. Autora de varios artículos científicos en el ámbito de la psicología clínica, he sido premiada por el estudio “Personalidad y psicopatología en menores infractores” por el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada. Atiendo exclusivamente online.
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Describo mi orientación terapéutica como ecléctica con un enfoque humanista. Soy Licenciada en Psicología y durante el Máster me especialicé en psicoterapia infantil y adolescente con un sólido enfoque de psicología del desarrollo. Trabajé en un departamento de psiquiatría infantil en un importante hospital de Turquía y adquirí mucha experiencia con niños con trastorno del espectro autista. También soy evaluadora certificada de WISC-IV (Prueba de inteligencia para niños) para medir su grado de desarrollo y brindarles el apoyo y la dirección adecuados. Especialista en Terapia de Juego, Terapia Cognitivo Conductual para jóvenes (TCC) y Terapia Familiar. Actualmente, estoy completando un doctorado en consejería de parejas desde la Terapia Narrativa (psicoterapia de tercera generación) para abordar cualquier problema relacional o conflicto. Algunas de mis áreas de especialización:
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1 comentario en “Casos clínicos: el general Douglas MacArthur”
Yo no se mucho de este personaje pero me resulta interesante, porque a mi juicio tenia ideas propias y las expresaba, cosa que no siempre es posible, tengo entndido que su estrategia en Filipinas no fue la mejor en realidad, yo pienso que pudo haber evitado el desastre cuando los japoneses atacaron despues de Pear Harbor, sin embargo se dice que fue muy acertado su trabajo en Japon una vez terminada la guerra.
Lourdes