
El burnout o síndrome del quemado
El síndrome del quemado o burn out está muy extendido en entornos laborales, académicos y también en el ámbito de los cuidados. Te contamos qué es exactamente
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La capacidad que tenemos los seres humanos para elaborar ideas, escenarios que no existen, hacer predicciones o establecer asociaciones causales, nos ha llevado muy lejos como especie y como individuos, pero también presenta algunas dificultades no tan evidentes. Apelar a la “capacidad de raciocinio” como si fuera una tabla de salvación lógica es un recurso tan socorrido que nos distorsiona parte de la experiencia vital y nos pone en el camino del exceso de pensamiento, también conocido en el mundo anglosajón como overthinking, literalmente sobrepensar.
En realidad, el flujo de pensamiento, tal como lo definiría William James hace más de cien años, no deja de ser una continua sucesión de imágenes, palabras e ideas inconexas que se asocian de forma más bien aleatoria. De este río inagotable, nos fijamos en aquello que más nos llama la atención – tiene sentido para nosotros -; extraemos aquello que podemos conectar y a esta parte es a la que conocemos por “pensamiento racional”. Que está lleno de sesgos, aproximaciones y falsas relaciones causa-efecto; los humanos, en nuestro afán por explicar y predecir la realidad, usamos atajos que nos parecen razonables, y a veces nos aferramos muy fuerte a ellos. Elaboramos categorías, utilizamos prejuicios y sacamos conclusiones inventadas a posteriori, que nos facilitan acceder a una vida muy compleja – hay miles de decisiones a tomar en una semana cualquiera – a cambio de aceptar un margen de error. Que se nos suele pasar por alto, porque además no suele tener grandes consecuencias y a cambio facilita enormemente el ahorro de energía.
El proceso de pensamiento presenta otra característica interesante: es muy rápido. Lo bastante para ir más deprisa de lo que el resto del cuerpo puede acompañar. ¿Cuántas elucubraciones se nos pasan por la cabeza durante una aburrida reunión de dos horas? Es tiempo suficiente para recorrer con la mente medio universo y volver a repasar la lista de la compra, todo a la vez.
El pensamiento nunca se apaga – otra cuestión es que estemos pendientes de él o no – y va elaborando sus productos incesantemente. El riesgo al que nos exponemos es, por supuesto, andar haciéndole caso a todo lo que nos ofrezca. Aquí nos topamos con una de las problemáticas principales de pensar … la tendencia a tomarnos a rajatabla todo lo que salga de nuestra mente.
Tenemos tan ligado el pensamiento a la acción, que deshacer este binomio nos requiere un esfuerzo consciente. Las señales que enviamos a nuestro cuerpo para que se ponga en marcha para responder a escenarios ficticios son tan automáticas e imperceptibles que se nos pasan por alto. Tareas que requieren horas o días para ser resueltas, están ya terminadas al instante en nuestra cabeza, que pasa veloz a la siguiente.
Aún estamos buscando piso, pero ya hemos elegido los muebles y pensando en empresas de mudanza. Tratamos de correr por delante del presente y en esta carrera, nuestro cuerpo se agota antes. Muchas personas no hacen caso de las señales de cansancio – hay mensajes muy peligrosos en este sentido, tipo “si lo piensas lo puedes hacer” -, hasta que se encuentran con un colapso físico, psicológico y emocional que después no saben explicarse, y que empieza por sobrepensar. Acompasar acción y pensamiento, filtrando los mensajes de este último para amoldarnos a nuestra capacidad de tomar iniciativas redunda siempre en una mejora de la salud mental y física.
Y es que le hacemos demasiado caso a los productos que nuestra cabeza fabrica. También nos podemos convertir en adictos a nuestros propios procesos de pensamientos recurrentes. Existen dos situaciones muy típicas en las que entramos con facilidad en bucles obsesivos, auténticos pozos negros de sobrepensamiento.
El primero se produce al vernos incapaces de poder integrar un acontecimiento por falta de datos. Por ejemplo, cuando nos rechazan en un proceso de selección sin comunicarnos las causas; cualquier evento del que desconocemos factores clave para comprenderlo del todo puede desatar una tormenta de vueltas y vueltas sobre los mismos lugares en busca del más mínimo indicio posible que nos ayude a cimentar una hipótesis. Esto es lo que conocemos por rumiación, ese eterno retorno al “lugar de los hechos” para encontrar la pista definitiva, que por supuesto no está allí.
Una gran parte de aquello que nos sucede está influida por tantos elementos externos que es prácticamente imposible tener una respuesta precisa; cuando hay tantas variables implicadas, en la práctica es azar. Pero aquí chocamos con nuestra necesidad de encontrar explicaciones que nos sirvan para darle sentido; cuando estamos agotados de ver la misma película mil veces, lo más probable es que zanjemos la cuestión decidiendo “nuestra versión correcta”, que de hecho es lo más sano; para salir de la incertidumbre, me la puedo inventar o escoger la que prefiera. Un método que de hecho nos coloca en la segunda situación clásica de sobrepensamiento; la idea intrusiva y su relación con la fantasía.
El hecho de que el pensamiento vaya por libre en su encadenamiento de elementos tiene algunas implicaciones delicadas; basta con que se relacionen de forma lo suficientemente llamativa para que la idea resultante se nos quede fijada. Da igual que sea producto de un sueño o una imagen que aparece durante un periodo de vigilia; el pensamiento intrusivo, una vez que destaca, se queda fijado y desencadena todo un ciclo de angustia. No es infrecuente la creencia de que si lo he pensado es que es así, o que deseo que sea así. Por ejemplo, hacer daño a un ser querido, tener una fantasía sexual con alguien inesperado, o establecer una relación causa-efecto improbable – una de las más comunes es la que presentan muchas personas con TOC que creen que van a sufrir una enfermedad o un asalto -.
El pensamiento intrusivo puede ser tan fuerte que haga difusa la frontera entre fantasía y realidad en la que las personas nos movemos a diario, y desate toda una cadena de pensamientos y contra-pensamientos destinados a hacerle frente; en el fondo estamos tejiendo un manto intrincado de fantasías protectoras para contrarrestar las amenazantes.
La solución pasa por dejar que la idea caduque por sí misma, sin alimentarla innecesariamente; podemos renunciar a hacer nada con cualquier cosa que pensemos, no estamos obligados ni a hacerle caso ni a actuar. Pero muchas veces requiere un proceso terapéutico para reducirla a su verdadero valor; un producto de ciencia ficción.
Deja que Hylé te ayude con esos pensamientos negativos incontrolables, deja de pensar cómo dejar de comerse la cabeza o como dejar de pensar en algo ya que con ello no consigues pensar menos, actúa y deja que nuestros psicólogos y psicoterapeutas te ayuden a calmar tus pensamientos y calmen el sobrepensar con nuestra terapia para pensamientos obsesivos y recurrentes.
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