
El burnout o síndrome del quemado
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Entre las personas que de vez en cuando aparecen en terapia hay un porcentaje nada desdeñable que trae alguna situación conflictiva en sus relaciones interpersonales, tan esenciales para los seres humanos. Si al profundizar en el análisis, el relato incluye una situación muy dolorosa en la que alguien cercano le ha rechazado de forma inesperada o han existido reproches o quejas recibidas con sorpresa, es posible que nos encontremos ante alguien situado en rol de perseguidor.
De hecho, es casi el único escenario por el que una persona en el rol de perseguidor considerará que necesita ayuda. Lo cual de por sí es un cambio importante, por lo que se puede deducir sin demasiado margen de error que esta persona está muy angustiada y se siente indefensa ante una situación totalmente nueva. A menos que su mundo se haya derrumbado con estrépito, es difícil que se dejen ver por la consulta de un psicólogo. Y es que para aquellos que consideran que sus creencias, valores y conductas están bien y son los demás los que deben adaptar sus formas de hacer – erróneas, por supuesto – a lo correcto, puede resultar complejo aceptar ayuda de otra persona.
De las tres posiciones del triángulo dramático de Karpman (1968), la de perseguidor es con la que menos le gusta identificarse a nadie y sin embargo en la que nos solemos colocar con cierta frecuencia, especialmente frente a personas que consideramos “inferiores”, viéndonos tentados a tratarlas con condescendencia; un ejemplo socorrido son los niños, con los que nos mostramos imperativos y autoritarios en muchas ocasiones.
El perseguidor necesita que los demás le obedezcan y le teman, y se dedica a poner los límites que le parecen bien a él sin más reflexión (Gimeno-Bayón 2012). Sin embargo, antes de cargar las tintas sobre el rol del perseguidor, hay que tener en cuenta que poner límites es algo necesario – los niños necesitan aprender para poder ponérselos ellos mismos -, y que en muchos casos alguien que suele colocarse en esta posición no resulta ser necesariamente un psicópata explotador. Es habitual encontrarse con personas que en realidad lo que están intentando es cuidar de otra de la que no confían en que pueda hacerlo por sí misma. Así que le imponen o le prohíben cosas “por su bien”. Como decíamos, los padres adoptar esta postura: al llegar la adolescencia, se producen innumerables choques entre este “piloto automático” autoritario y las aspiraciones de libertad y autonomía de los hijos.
La persona que se coloca en el rol de perseguidor está, por tanto, pasando por alto la capacidad de los otros para manejar sus propios asuntos; todos conocemos a alguien cuyo deporte favorito consiste en criticar o sacarle fallos a cualquier iniciativa o proyecto de otras personas – se podría decir que es el deporte nacional – y que parte de la base de que lo que está bien para sí mismo es lo correcto. Un perseguidor es probable que no se detenga frente a los intentos de resistencia de los demás a hacer lo que quiere de la manera que él quiere: es fácil que recurra a diferentes estrategias de manipulación y juegos de poder para coaccionar a su víctima y conseguir que se someta a sus deseos.
Lo más frecuente es que estos juegos de poder se den de forma automática y suelen tener lugar en dinámicas de pareja o paternofiliales. La típica escena en la que el estudiante llega a casa tan contento con sus notas y su padre al verlas le dice “¿Cómo es que solo has sacado un siete en matemáticas? Has de mejorar”, es una de las situaciones más comunes. Con lo que el aludido puede llegar a la conclusión de que haga lo que haga, siempre habrá algo mal. El exceso de crítica, aunque tenga la intención de incentivar el esfuerzo y la superación, puede resultar enormemente perjudicial en la construcción de la identidad de los niños e incluso conducir a una rebelión abierta contra los intentos de control paternos. En este caso la reacción de los progenitores es normalmente de asombro. Si ellos solo quieren lo mejor para sus hijos…
En pareja también se suele encontrar a personas en el rol de perseguidor, regañando al otro continuamente por todo lo que hace mal, intentando pillarlo en un fallo para cazarle al momento y darse así la razón, etcétera. La posición de perseguidor en los juegos psicológicos parte de la base de que los demás no acaban de estar bien y necesitan supervisión constante. Sin embargo, la motivación tras este patrón puede variar bastante; el explotador que no duda en intimidar a los demás para que hagan lo que él quiere es difícil que cambie, y lo mejor que se puede hacer es alejarse o poner límites. Pero quienes persiguen desde el deseo de cuidar o proteger tienen buen pronóstico en terapia.
La intervención psicológica con una persona que adopta el rol de perseguidor se basa por tanto en redirigir esta disposición protectora desde la crítica al cuidado respetuoso. Para ello es imprescindible entrenar la empatía y comenzar a preguntarse cómo se sentiría en el lugar del otro, o qué necesitaría ella de los demás si estuviera en su posición; las técnicas de role playing funcionan estupendamente en este sentido. Esto tiene un efecto muy beneficioso para la propia persona afectada, puesto que le ayuda a dar sentido a esa situación que en un principio no comprende y le hace sufrir. Dar cabida a los demás en tu vida por la vía de reconocer sus necesidades, capacidades y poder es una manera muy efectiva de mejorar nuestras relaciones interpersonales.
El sufrimiento psicológico de cualquiera en el rol de perseguidor viene precisamente derivado del deterioro de sus relaciones y el alejamiento de los otros, que es lo primero a reconstruir desde una nueva perspectiva. Por otra parte, también es interesante trabajar en la mejora personal que supone dejar de dedicar tanto tiempo y esfuerzo a supervisar a otros, labor que puede aportar una cuota importante de estrés.
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2 comentarios en “El rol de perseguidor”
Que pasa cuando convives con alguien con ese marcado rol de perseguidor y no consigues que salga de el? Como hacerselo ver sin ofender al gran “castigador”? Se hace muy dificil sin adoptar un papel de victima, para que esté contento y satisfecho, pero es tóxico porque no puedes decirle lo mal que te hace sentir, sin menospreciarte o decir que estas mal de la cabeza.
María, en ese caso es muy difícil sostener una relación sana, el perfil que estás comentando parece impermeable, aunque la recomendación sería intentar transmitirle tu malestar con la relación – sin señalarle directamente, porque se ofenderá -, y comentarle la solución que hayas pensado para reducir o eliminar esa insatisfacción. Lo mejor es que consultaras con un profesional que te oriente en esto.