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El síndrome del salvador

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Con bastante regularidad por la consulta del psicólogo pasan personas afectadas por estrés en diversos grados. Ya de por sí vivimos a un ritmo muy elevado de exigencias externas, tanto laborales como personales, relacionadas con la familia, la pareja, las amistades y en general con la multitud de actividades en las que repartimos nuestro siempre escaso tiempo. Sin embargo, entre aquellos que piden ayuda abrumados por el peso de las obligaciones suele distinguirse un perfil muy característico: aquellos que han asumido el síndrome del salvador (Karpman, 1968).

síndrome del salvadorPara cualquiera en esta posición, lo más importante es que los demás le necesiten. En este deseo de ser útil, el salvador puede fácilmente desatender sus propias necesidades, minusvalorándolas, ya que considera las de los otros mucho más relevantes. Busca activamente víctimas que necesiten ayuda, sin importar si son reales o imaginarias. Por supuesto, es el blanco ideal de todo tipo de peticiones, que es incapaz de rechazar, por lo que se va progresivamente cargando cada vez con más tareas. Hasta que llegan al punto en que, por muy eficiente y dedicado que seas, simplemente es imposible asumir más. Es en este momento en el que se produce la crisis y acuden a terapia, aplastados por el peso del deber que se han autoasignado.

El perfil de quien tiene rol o síndrome del salvador

Un perfil con el síndrome de salvador muestra una enorme capacidad de sacrificio, desoye hasta límites insospechados su propio cansancio – no es raro desarrollar algún tipo de malestar somático, que, por supuesto, ignoran porque hay que seguir adelante -, y pasa por alto su necesidad de cariño, apoyo o ayuda (Gimeno-Bayón 2012). Dado que en esta cruzada por conseguir que todos a su alrededor estén bien no se paran a preguntarse si realmente la ayuda que ofrecen ha sido solicitada o no, suelen mostrar un estado emocional donde predomina una rabia más o menos explícita; sienten que los demás no valoran sus esfuerzos, ni los tienen en cuenta ni lo agradecen, que es la queja típica del salvador. Su cansancio suele ir acompañado de una tristeza evidente, dado que saben que la tarea que se han impuesto es imposible de cumplir. Por tanto, no es raro detectar sentimientos de impotencia o fracaso y creencias negativas sobre sí mismo y los demás: no en vano todos los titánicos esfuerzos que realiza no están sirviendo para alcanzar sus objetivos.

Síndrome del salvador: La forja de un héroe

rol del salvadorHay muchos caminos por los que una persona puede adoptar este rol de salvador, aunque su presentación suele ser similar. Con un elevado sentido de la responsabilidad, recuerdan a la figura del centinela vigilante, siempre atento a las alertas que indiquen que ha de entrar en acción. Tiene interiorizada la idea de que no solo ha de estar disponible y preparado para actuar en cualquier momento, sino que debe mostrar una imagen de fuerza, resolución y templanza. “Debo ser fuerte”, ya que en caso contrario algo grave podría pasar (Steiner, 1975). El problema de mostrar esta faceta continuamente es que los demás llegan pronto a la conclusión de que el salvador no necesita ningún tipo de ayuda, por lo que otra de las consecuencias chocantes y dolorosas de este rol es sentirse “abandonado” por los otros, que nunca se preocupan por sus problemas.

En muchas ocasiones se trata de una decisión temprana ante diversas situaciones vitales que tienen un denominador común: en alguna época de su vida se han visto obligados a hacerse cargo de algo o de alguien antes de tiempo. Sea un mandato externo o autoimpuesto, por ejemplo, cuidar de un progenitor enfermo, estar pendiente de un hermano menor o ser de algún modo – aunque sea implícito – reconocidos como el fuerte de la familia. Suelen ser el pilar de su casa, a cuyo alrededor pivotan los demás – reforzando así este papel -, que acuden a buscarla. No es extraño encontrar aquí a niños o adolescentes convertidos en el paño de lágrimas o sostén de alguno de sus padres, ni tampoco a quienes crecen con la creencia de que deben complacer a los demás para que estén contentos y todo quede en orden. Hay decenas de formas en las que un menor puede llegar a creer que el bienestar de toda la familia recae en sus pequeños hombros.

Vaciar la mochila del salvador

El trabajo terapéutico con quienes han abrazado el rol de salvador pasa por varios ejes principales que tienen que ver con reajustar las creencias asumidas sobre uno mismo y los demás. Por un lado, están pasando por alto la capacidad de los demás para valerse por sí mismos; antes de lanzarse a prestar nuestra valiosa ayuda, vale la pena hacerse tres preguntas esenciales.

  • ¿Puede esta persona resolver sola el problema?
  • ¿Me puedo permitir intervenir en este caso?
  • ¿En realidad quiero hacerlo?

síndrome del salvadorCuando la persona con el síndrome del salvador aprende a valorar las situaciones antes de actuar, a preguntar a los otros si necesitan ayuda – o sencillamente esperar a que te la soliciten, sin ofrecerla por adelantado -, y por supuesto, declinar las peticiones excesivas, indeseadas o imposibles de atender, está empezando a seleccionar cuándo, cómo y en qué circunstancias poner en marcha sus por otro lado múltiples capacidades. Y en ese proceso está tomando el control de su vida.

Otra distorsión típica que se confronta en este proceso es la sobrevaloración del poder propio que hace el salvador; aceptar que se tienen límites, que no se puede ayudar a todo el mundo y que disponemos de recursos limitados es otra línea de trabajo que va destinada a conseguir racionalizar el esfuerzo y aprender a ser más realistas y más considerados con nuestra persona. Estar más pendientes de nuestras propias necesidades, abandonadas durante largo tiempo, cuidarnos un poco más, en definitiva, humanizarnos – aceptar que no llegamos a todo, que podemos mostrarnos agotados, vulnerables o necesitados de ayuda -.

En este vaciado de la mochila que arrastra la persona abrumada por el estrés hay que estar atento a la gestión del estado de ánimo. Por una parte, la rabia bien manejada puede ser muy útil, ya que es una señal fantástica de por dónde tenemos que empezar a poner límites. Enfadarnos nos ayuda a darnos cuenta de que hay situaciones que no toleramos; por ahí podemos analizar qué es aquello que realmente tanto nos molesta y qué podemos hacer nosotros para resolverlo. En cuanto a la tristeza, nos encamina hacia la pérdida. En este caso, de esa imagen de guerrero inquebrantable tras el que se ha parapetado y que tanto se ha esforzado en mantener; sustituirla por una visión más amable y menos agotadora es una de las claves para abandonar el rol de salvador.

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