
El burnout o síndrome del quemado
El síndrome del quemado o burn out está muy extendido en entornos laborales, académicos y también en el ámbito de los cuidados. Te contamos qué
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Inicio » Blog » Psicología de pareja » Evitación en relaciones: el miedo a querer
El miedo es una emoción humana básica que, siendo necesaria para protegernos de posibles peligros, condiciona nuestras vidas de tantas maneras que está prácticamente omnipresente. Ante situaciones que valoramos como amenazadoras, una de las respuestas más habituales es la evitación. No es la única, pero sí una de las más extendidas; es tan común, que en muchas ocasiones nos resulta complicado identificar que realmente estamos realizando esfuerzos para impedir la aparición de situaciones clasificadas como desagradables.
Esta es una de las sutiles diferencias entre la evitación y la huida: en la primera anticipamos que puede ocurrir algo malo y ponemos los medios a nuestro alcance para impedir que suceda. En la segunda, aquello que nos temíamos – o una situación imprevista igualmente aversiva – ya ha ocurrido y nos provoca un desbordamiento del miedo suficiente como para salir corriendo.
Entre las estrategias que empleamos las personas ante un problema de cualquier tipo, hay a grandes rasgos dos actitudes principales. Una de ellas es tratar de alejarse de la fuente de preocupación que, si bien tiene la ventaja de ser más sencilla de llevar a cabo y nos compromete menos emocionalmente, tiene el inconveniente de que no resuelve la cuestión principal. Las tácticas evitativas están destinadas a aplazar el terrible momento de enfrentarnos cara a cara con aquello que nos asusta. Por tanto, son las elegidas cuando tiene más peso en nuestra valoración el impacto emocional que plantearse una resolución del problema. En otras palabras, tendemos a la evitación cuando no nos vemos emocionalmente preparados para afrontar esa preocupación, o creemos que supera nuestros recursos personales para solucionarla.
La segunda actitud es el afrontamiento, que me va a ayudar a decidir, poner en marcha mis habilidades y encontrar una solución. Es por tanto la deseable, pero no es fácil de conseguir; puede que necesitemos ayuda, que tengamos que planificar, confrontar, reformular en positivo e incluso llegar a la conclusión de que el problema es irresoluble con los medios con los que contamos. Se paga por ello un precio bastante importante, ya que nos pone ante nuestras limitaciones, la eventualidad de tener que hacer renuncias y otras situaciones potencialmente desagradables: el coste es mucho mayor que evitar, pero a la larga es más efectivo. Recorreremos este camino cuando no nos asusten las consecuencias de tomar decisiones difíciles, así que hasta que no seamos capaces de asumir el tirón emocional, tenderemos a evitar.
Así que la evitación es una solución de tipo temporal, ya que no resuelve nada por sí misma, solamente posterga, lo cual en la mayoría de los casos contribuye a agravar el sufrimiento, ya que lo prolongamos pasando a una posición reactiva, esperando acontecimientos aleatorios e incontrolables que introduzcan cambios favorables. En muchas ocasiones, básicamente un golpe de suerte que nos saque de la propia impotencia. La variedad de peripecias cotidianas que nos asustan y nos llevan a la evitación es muy amplia: ejemplos muy obvios serían cualquiera de las fobias, a animales, objetos o escenarios amenazantes. Hay quien evita ir a sacarse sangre, pasar por delante del despacho de su jefe por si le ven, posterga la entrega de un trabajo o la misma graduación universitaria todo lo posible y mil técnicas dilatorias más para impedir o retrasar el temido momento en que tengamos que afrontar lo que viene después.
Sin embargo, uno de los terrenos más fértiles para la aparición de miedos, más o menos sutiles, y por tanto donde más conductas evitativas aparecen es en las relaciones personales. Establecer vínculos con los demás supone diversos grados de exposición personal a la observación ajena, más intenso cuanta más intimidad implique o se desee tener, lo que puede llegar a ser muy angustioso para mucha gente. El miedo a decir algo incorrecto o inadecuado, a ser rechazado por alguien que consideramos importante – o por el grupo -, a tener un conflicto con un amigo o una pareja, a plantear cuestiones más profundas o a confesar nuestros sentimientos son universalmente conocidos. De hecho, las normas sociales sirven para poder dar pautas y rituales a seguir cuyo objetivo final es reducir este temor, dando al individuo unas claves que le permitan pasar por situaciones sociales exigentes emocionalmente sin espantarse, exponerse o desmoronarse – como puedan ser una boda, un funeral o una conferencia -.
Es necesario señalar que este miedo y esta conducta evitativa no es propio de aquellos con un perfil social de personalidad de tipo introvertido: la experiencia emocional no tiene por qué estar relacionada con el patrón de conducta social de la persona. Alguien introvertido o tímido va a optar por la “desaparición” – tirar la bomba de humo – ante una situación social indeseada o que genere tensión, pero muchos extrovertidos también sienten este temor a mostrarse de manera auténtica y evitan por la vía del camuflaje: aunque parezcan muy sociales, hablen mucho o sean los amos de la fiesta, la información que proporcionan puede ser irrelevante o banal. Desplegando toda esta labia en el fondo están huyendo de un contacto más profundo con los demás y no es infrecuente que se quejen de soledad o de ausencia de relaciones significativas.
Si hay un tipo de relación en la que los miedos a dañar o resultar dañado adquieren tintes épicos es en las de pareja, donde la intimidad es uno de los pilares clave. Sobre todo, si venimos de alguna experiencia dolorosa en la que nos hemos llevado una fuerte decepción, nuestros sentimientos se han visto heridos o sufrido algún desengaño importante. Detrás de algunas afirmaciones como “no quiero nada serio”, “solo busco un rollo” o algunas relaciones aparentemente tranquilas donde la implicación emocional es baja y donde se pone énfasis en el compromiso y la baja conflictividad, puede subyacer la evitación de una experiencia más intensa. El miedo a enamorarte, a abrirnos de nuevo a alguien desconocido que podría dañarnos, a volver a hacer planes con alguien, en definitiva, a tener una relación significativa, está en la base de muchas tensiones internas que sufrimos cuando encontramos a alguien que nos atrae mucho. Son evitaciones sutiles que con facilidad pasan desapercibidas, pero que, como todas, están incubando un problema mucho mayor a largo plazo; tener una vida sentimental amortiguada, insípida e insuficiente.
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