No, el amor no lo puede todo, y está bien así
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Cuántos de nosotros hemos crecido escuchando que el amor lo puede todo. Que es una fuerza que puede mover montañas, que consigue movilizar ánimos donde otras motivaciones fracasan. Que de él sale lo mejor del ser humano, y también que es ciego. Todo el mundo habla maravillas del amor y, sin embargo, cada día hay más personas que tratan de evitar exponerse a su influjo – infructuosamente -, la mayoría de ellas por “miedo a sufrir”. ¿En qué quedamos pues? ¿El amor no lo puede todo? ¿No deberíamos correr hacia él? En realidad, sí lo hacemos: la práctica totalidad de las personas busca o sueña con una relación íntima con alguien, pero algunas particularidades del proceso de establecer un vínculo amoroso resultan un peaje muy fuerte. De hecho, es uno de los acontecimientos vitales más estresantes (González y Morena, 1983).
¿Qué es el amor?
El caso es que los psicólogos no se ponen de acuerdo en la definición de algo tan común como el amor. Hay quien lo cataloga como una emoción, por la intensidad de los síntomas corporales, pero ahí lo están asociando con sus fases iniciales, también conocidas como enamoramiento. Estaríamos hablando de esta sensación de flotar en una nube provocada por la liberación de un cóctel hormonal que nos atonta y a la vez nos aísla de todo aquello que no sea la persona objeto de nuestra atención. Es un estado de euforia tan potente que ha sido descrito, cantado, homenajeado y alabado durante milenios, que sepamos desde que existe la palabra escrita. Y por ello, es ansiado por tantos. Muchos de los refranes sobre el poder del amor se ajustan a este periodo.
Etapas del amor
Ahora bien, no podemos quedarnos solo en este estado de pasión para definir el amor, pues engloba también conceptos como el apego, el afecto, la intimidad o uno que parece estar pasando de moda, el sistema de cuidados. Popularmente es el componente que aparece cuando se despeja la niebla del enamoramiento y se estabiliza la relación al profundizar en el vínculo con la otra persona. Esto puede dar paso a los dos factores que Sternberg identificó en su modelo triangular de pareja, además de la pasión: la intimidad, que está asociada a la confianza, la complicidad, la amistad y la conexión de pensamiento y sentimientos con el otro – la philía griega -, y el compromiso, que vendría a ser la decisión de estar con alguien y cuidarse mutuamente.
Sin embargo, este es uno de los momentos más temidos por mucha gente, aquel en que la suspensión de juicio del enamoramiento se despeja, aunque sea parcialmente, te das cuenta que el amor no lo puede todo, y aparecen las primeras decepciones: aquella persona que nos parecía ideal, “hecha para nosotros”, empieza a mostrar actitudes que nos sorprenden desagradablemente. Al profundizar en el conocimiento del otro, comenzamos a mirar con algo más de espíritu crítico y desmontamos esa imagen idealizada tan romántica. Hay quien prefiere seguir viviendo en su fantasía y hay quien encuentra demasiado doloroso el aterrizaje en la realidad; puede aparecer malestar o sufrimiento cuando tenemos que separarnos de aquellas expectativas grandiosas que teníamos y hacer balance para decidir si vale la pena continuar o no.
Es un proceso nada sencillo, no totalmente consciente, en el que la persona puede llegar a escoger aferrarse a una fantasía y persistir en pasar por alto comportamientos, actitudes o rasgos de personalidad dañinos, en la esperanza de que el otro cambiará … porque el amor lo puede todo y en el fondo me quiere. Pues va a ser que no, que el amor no lo puede todo, que el amor no lo es todo, el amor nos cambia, sí, pero hasta cierto punto nada más. Y que ahí ya no hablamos de amor, sino de resistencia a la renuncia.
¿Por qué el amor no es suficiente?
Cuando dos personas se encuentran y comienzan a relacionarse, forman un sistema que se influye mutuamente; es habitual adoptar costumbres nuevas, tomar prestado maneras de pensar o de hacer … en definitiva, adaptarse al estilo de tu pareja. Todos tenemos algún amigo o conocido que cambia de aspecto o de opiniones con cada relación que tiene, mimetizándose al iniciar una relación. Pero estos cambios son totalmente voluntarios y en gran medida superficiales; es muy difícil que una persona cambie sus rasgos esenciales de personalidad por mero contacto con otra. Para ello es necesaria una motivación profunda e interna, es decir, un proceso desde dentro, y requiere tiempo y esfuerzo. Así que, si tu flamante nuevo novio es un “malote”, dominante, demandante y presenta algunos comportamientos explotadores o machistas, es muy probable que lo sea contigo también. O que ya lo esté siendo, pero la “ceguera” del enamoramiento lo esté pasando por alto.
Tras la ceguera del enamoramiento
La buena noticia es que todos disponemos de mecanismos para acabar cayendo en la cuenta de que una relación no nos conviene y que el amor no lo es todo; nuestra propia sensación de malestar interno. Podemos engañarnos en la creencia de que algún día esa novia que nos prohíbe hablar con otras chicas o nos mira el móvil a diario cambiará, pero no lo haremos eternamente. En el fondo sabemos que una relación que nos provoca más sufrimiento que otra cosa no es buena para nosotros; el tiempo que tardemos en darnos cuenta y tomar medidas dependerá de lo fuerte que sea nuestro aferramiento a la fantasía de la pareja ideal y del grado de autoconocimiento y autoestima que tengamos.
Porque antes de sacar el látigo y fustigarnos con el socorrido “qué le vería yo a esta persona, cómo pude enamorarme, ponga-aquí-su-autodescalificación-favorita”, sería más productivo mostrar más compasión por nosotros mismos y aceptar que nos volvimos a enganchar a un proceso totalmente natural, que lo único que indica es que estamos vivos y experimentamos emociones y en todo caso, poder examinar qué es lo que solemos pasar por alto que nos acaba perjudicando. Así la próxima vez que conozcamos a alguien podremos estar más atentos a determinadas señales para detectarlo antes.
El amor no lo puede todo
Por eso es bueno que el amor no lo pueda todo, que no nos convierta en totalmente acríticos, ni nos haga tomar decisiones precipitadas. Que podamos darnos cuenta de que además de la pasión y la atracción, se necesitan más elementos para cimentar una relación sana, en la que nos sintamos plenamente comprendidos, valorados y cuidados. Y que con esa persona que tan locos nos volvía puede ser que no sea factible construir un vínculo profundo. O no se den las circunstancias favorables. Ahí, en favorecer esta clase de relaciones sanas reside la famosa fuerza que da el amor completo, aquel que se basa en el respeto mutuo, intimidad y compromiso, pero también en la dedicación – que es distinta al esfuerzo -. Que no está exento de conflictos, negociaciones, cesiones, decepciones y demás, porque cualquier proceso vital conlleva su cuota de malestar, no nos engañemos; la cuestión reside en que la valoración global de la relación sea satisfactoria y que el bienestar que nos aporta supere con creces los problemas.
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