
El burnout o síndrome del quemado
El síndrome del quemado o burn out está muy extendido en entornos laborales, académicos y también en el ámbito de los cuidados. Te contamos qué
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En estos tiempos donde se le otorga al sexo una importancia en ocasiones desmesurada, no deja de ser curiosa la poca evolución en la divulgación de la sexualidad masculina. Atrapada en mitos recurrentes, omisiones, ignorancia, falsedades o abandono, su anodina trayectoria es más sangrante aún si se la compara con el momento dulce que vive el interés por la sexualidad femenina. Como si de la sexualidad masculina nadie quisiera hablar. Al menos en serio; tradicionalmente el asunto se zanjaba asumiendo que el hombre “necesita” dar rienda suelta a sus instintos sexuales en la manera que le parezca y ya.
De hecho, esta suele ser aún la concepción mayoritaria en cuanto a sexualidad masculina, una pesada carga heredada del machismo, el mismo que hasta finales del siglo XIX no empezó a dudar sobre la doctrina oficial que sancionaba la inexistencia de deseo sexual femenino. La comparación en la distancia es llamativa: aún hoy muchos hombres simplemente no hablan de sexo, o si lo hacen es para soltar una sarta de mentiras o exageraciones que los mantenga a salvo de incómodas reflexiones. Para muchos adolescentes, la educación sexual consiste en prevención de riesgos o enseñarles a poner un condón – que está muy bien, aunque es claramente insuficiente – por un lado, y acceder a material pornográfico, por el otro. Y nada más, aparte de las bromas sobre la potencia sexual con los amiguetes.
Podría aducirse que la sexualidad masculina es más simple que la femenina – y de hecho se hace en multitud de artículos periodísticos – y que los mecanismos fisiológicos del pene son menos sofisticados y por supuesto están más que estudiados. No en vano uno de los terrores favoritos de cualquier varón es la impotencia o el temido gatillazo, y la ciencia ha estado en manos de hombres desde siempre. Sin embargo, esto implica ceñirnos al terreno puramente biológico y desdeñar las profundas implicaciones psicológicas que tiene y que se basan en aspectos como el desconocimiento y su derivada más común: el miedo. En general, el hombre de lo que le preocupa no habla y si no se habla, se puede fingir que no existe.
Sin entrar a valorar las diferentes identidades y preferencias sexuales – o, dicho de otra forma, la orientación y variabilidad sexual –, para no extendernos demasiado, los principales problemas alrededor de la sexualidad masculina serían la disfunción eréctil antes mencionada, la famosa eyaculación precoz y la falta de deseo sexual. En esta tríada el factor psicológico juega un papel esencial, sosteniendo estas problemáticas en creencias falsas o directamente disparatadas; por poner ejemplos habituales, sobre el tamaño del pene, la duración del coito o una excesiva exigencia respecto a la propia capacidad sexual.
De todas formas, antes de entrar en más detalle, es importante indicar que las causas orgánicas también tienen peso y en terapia sexológica es lo primero que un psicólogo debería descartar. Si se es mayor de 50 años, en el 85% de los casos hay causas de tipo orgánico en la disfunción eréctil (Cabello, 2010), así que es un elemento a valorar antes de meterse en terreno psicológico, como sería también el consumo de sustancias o patologías clínicas previas como la hipertensión (Celada y cols. 2016). Ahora bien, en prácticamente todos los casos de problemas de erección hay factores psicológicos involucrados.
Dentro del mundo intrapsíquico de la sexualidad masculina, la auténtica saboteadora de una vida sexual sana y placentera es sin duda la llamada ansiedad de ejecución. Se trata del conocido miedo del varón a “no dar la talla”, a fracasar con respecto a unas expectativas que suelen ser demasiado elevadas. No es raro pasarse el rato haciendo un chequeo interno del estado de la erección – autoobservación (Abraham y Porto, 1979) -, costumbre que provoca que concentre mi atención donde no corresponde.
Tampoco es infrecuente el caso en que mentalmente el hombre ha anticipado toda la relación sexual y ha vivido la fantasía en su cabeza antes incluso de que comience el contacto, con lo que se hiperactiva o acelera, pudiendo aparecer fácilmente la eyaculación precoz. Por no comentar la presión interna de quienes han interiorizado la idea de que su “misión” es conseguir que la otra persona tenga una experiencia sexual satisfactoria – lo cual sería indicador de su propia valía sexual -, con toda la carga de responsabilización que esta creencia machista tiene. El placer de cada uno es algo de lo que no nos podemos hacer cargo, porque no depende – en su mayor parte – de nosotros.
Estos factores de ansiedad pueden aparecer agravados en función de la importancia que tenga para nosotros la persona con la que vamos a tener relaciones, o las circunstancias que rodean a la relación sexual; si es la primera, o quizá muy significativa es más probable que nos sintamos agobiados por “rendir” o dar una buena impresión. Si venimos de algunas experiencias previas negativas, es fácil anticipar otro “fracaso”. En resumen, no es nada extraño en estas condiciones encontrarse con hombres que afrontan las relaciones sexuales como una competición contra sí mismos en la que los demás involucrados son meros espectadores de un drama oculto que perjudica enormemente el disfrute de la experiencia. Esto si no las evitan.
Otro curioso mito derivado de estas ideas distorsionadas que tanta ansiedad provocan es la supuesta obligatoriedad de aceptar cualquier proposición sexual. Según esta concepción machista del sexo, un hombre “de verdad” no puede declinar una relación sexual a riesgo de ver su hombría perjudicada. Ni aunque no te apetezca, no te encuentres bien, padezcas estrés o ansiedad o que esa persona no te excite ni la desees. Simplemente no tienes derecho. Como si hubiera algún tipo de mandamiento bíblico. El hecho de que aun en ausencia de deseo el mecanismo fisiológico de la excitación sexual pueda aparecer por estimulación orgánica tampoco ayuda a poner en duda esta creencia. Pero nos aboca a muchas relaciones sexuales insatisfactorias que en el fondo no queríamos.
En esa mentalidad sexual masculina tradicional tan linealizada falta por destacar un tercer mito; el hecho de que las relaciones sexuales deben seguir un patrón que termina invariablemente en penetración, cuando no tiene por qué ser así. En realidad, para muchas mujeres es bastante frustrante y limitador. De hecho, no solo es una rigidez mental, sino que puede convertirse en un problema si se da el caso de que el hombre se vea afectado por episodios de eyaculación precoz o disfunción eréctil: anticipar que cada encuentro sexual termina en penetración me coloca en la antesala de un nuevo fracaso. Esto provoca en muchos casos una intensa ansiedad anticipatoria frente al sexo, con culpabilización, sentimientos de inadecuación, mal concepto de uno mismo y puede llegar a ser muy angustiante.
Sería importante emprender desde la psicología una labor de divulgación, de apertura y transparencia en el mundo de la sexualidad masculina para comenzar a hablar abiertamente y cuestionar estas ideas con respecto al sexo que tanto daño ocasionan a muchos varones, a pesar de lo cual están ampliamente extendidas.
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1 comentario en “La silenciosa sexualidad masculina”
Estimdo, ha expuesto temas muy interesante, aunque quisiera proponer otra área de estudio, si me lo permite
Que lleva a un hombre a ser un abusador sexual, Cuanta relación tiene este comportamiento a la cultura machista en que somos criados?
Tiene algún tratamiento?
Como abordar este tema?