
El burnout o síndrome del quemado
El síndrome del quemado o burn out está muy extendido en entornos laborales, académicos y también en el ámbito de los cuidados. Te contamos qué
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El síndrome postvacacional es una etiqueta que ha adquirido mucha popularidad, sobre todo en la prensa, en los últimos tiempos. Se utiliza normalmente para englobar una serie de síntomas psicológicos negativos que aparecen a la vuelta de las vacaciones y que estarían relacionados con depresión, ansiedad, irritabilidad, apatía, dolencias somáticas e incluso con el aumento en el número de divorcios tras el verano. Pero, ¿Qué es el síndrome post vacacional?¿Existe realmente este síndrome postvacacional tan flexible en el que cabe casi todo? ¿Cuánto nos afecta volver a nuestras actividades cotidianas después de un periodo de descanso? ¿Hay datos que confirmen este fenómeno o es una invención afortunada?
Lo cierto es que a pesar de que todo el mundo utiliza el término síndrome postvacacional para referirse a una reincorporación más o menos dura a la rutina laboral, en la literatura científica hay pocos estudios sobre el fenómeno. Su identificación reciente puede hacernos sospechar de que se trate de una invención moderna, y realmente no se trata de una enfermedad ni un síndrome como tal, sino de una manera abreviada de referirse al malestar psicológico que se sufre a causa de este cambio en el ciclo anual. Así que la siguiente pregunta que cabe hacerse es por qué parece que los humanos actuales lo pasamos peor al regresar al puesto de trabajo que los de hace cuarenta años, por ejemplo.
Vivimos en una época donde poca gente discute la necesidad del disfrute de un periodo de vacaciones intercalado en el calendario laboral. Aunque los días festivos y de vacaciones disfrutables varían mucho según los países, en general hay cierto consenso en señalar dos factores beneficiosos del periodo de descanso: desconectar del espacio laboral y relajarse – entendido como rebajar el nivel de actividad y conseguir un estado de ánimo positivo – (Etzion, 2002, Hächler, 2017). Sin embargo, en los últimos tiempos las vacaciones se han unido casi uniformemente al turismo, que aunque parezcan lo mismo son diferentes. El crecimiento de la industria del turismo ha contribuido a formarnos una idea de las vacaciones asociada a la vivencia de experiencias únicas, irrepetibles y placenteras; para algunos antropólogos (Korstanje y George, 2016), esta situación generaría unas expectativas desmesuradas, lo que podría contribuir a la ficticia depresión postvacacional y a una reincorporación más difícil si las vacaciones no han cubierto nuestras esperanzas, que es lo que comúnmente se conoce como “síndrome postvacacional” .
En general, los estudios realizados sobre los efectos beneficiosos de las vacaciones hablan de reducción del estrés, desconexión y relajación en población de culturas diversas (Kawakubo 2017, Etzion 2003, Hächler 2017), pero de duración limitada, ya que los efectos solo duran entre una y cuatro semanas antes de retornar a los niveles de malestar previos al periodo de descanso. Es decir, el efecto de las vacaciones dura no más allá de 4 semanas y en muchos casos solo la primera. Incluso algunos estudios apuntan a que, si los factores de estrés laboral son muy elevados, la persona es incapaz de alcanzar un estado de descanso adecuado durante sus vacaciones, lo que conduce a estados de frustración más elevados, paradójicamente (Sonnentag y Fritz, 2014). Antes de llegar a la conclusión de que las vacaciones no sirven para nada, hay que tener en cuenta que la ausencia de descanso vacacional tiene efectos muy perjudiciales para la salud, ya que aumenta el riesgo de mala salud, enfermedades cardiovasculares, problemas de insomnio crónico o síndrome de burn-out – estar quemado – (Sluiter & cols, 2001). En otras palabras, las vacaciones son necesarias, aunque supongan poco más que un parche; parece que la única solución efectiva para eliminar permanentemente el estrés laboral es tener un trabajo poco estresante.
En estas condiciones, la reincorporación puede ser un drama, especialmente si nuestro largamente soñado y planificado viaje a la Riviera Maya, la India o Australia, por poner ejemplos, no ha resultado ser tan ideal como esperábamos. De hecho, la organización de viajes complejos puede suponer un aporte adicional de estrés al presunto síndrome postvacacional. Nos vemos en situación de volver al trabajo sin haber conseguido ni descansar, ni desconectar ni haber hallado la tan ansiada relajación y con los días de vacaciones consumidos. Hace varias décadas esto era impensable, ya que para muchos trabajadores el verano suponía volver al pueblo de los padres a pasar un mes sin hacer nada.
Por lo tanto, para poder disfrutar de las vacaciones y minimizar el impacto de la vuelta al trabajo, necesitaríamos unas vacaciones de auténtico relax haciendo aquello que de verdad nos tranquilice y apetezca aunque no incluya un crucero por el Báltico pero sí tumbarse en una hamaca, además de una incorporación progresiva: evitar en la medida de lo posible volver de viaje el día antes de pisar la oficina, empezar a mitad de semana o haber dejado las tareas más pesadas listas antes de irse para no encontrarlas intactas al volver son medidas que previenen un choque demasiado brusco, que puede facilitar la aparición de síntomas psicológicos y de la exageradamente conocida como depresión post vacacional. .
Otro aspecto muy relacionado con la supuesta depresión postvacacional sería el aumento de divorcios después de los periodos veraniegos, fruto de las depresiones o el malestar psicológico, las crisis derivadas de la vuelta a la rutina o del aumento de tiempo de convivencia con la pareja. Los datos parecen avalar esta interpretación, ya que se cita septiembre como el mes que más aumento de separaciones registra. El recuento realizado por Korstanje para Argentina también apunta a un incremento en el mes de marzo, que en el hemisferio Sur es el que marca la vuelta de las vacaciones.
Aunque parece una teoría razonable, un análisis crítico pone en duda su validez; en el mismo recuento argentino octubre presenta un pico de demandas de divorcio que no correspondería con el final de ningún periodo vacacional. En los datos españoles recogidos por el CGPJ, agrupados por trimestres, en todos los años se aprecia una disminución de las demandas durante el tercero – lógica si tenemos en cuenta que es más improbable divorciarse durante las vacaciones –, siendo el último trimestre el periodo “estrella” en este ámbito. Si atendemos a cómo nos organizamos los humanos el tiempo anual y dónde están ubicados en el calendario los bloques de festivos y fechas señaladas, la estacionalidad de los divorcios estaría relacionada con otro mecanismo psicológico diferente del síndrome postvacacional y sin embargo muy extendido: la selección estratégica de periodos “inocuos” para llevar a cabo la ruptura. Así, la temporalidad en las separaciones presenta máximos antes o después de las festividades de invierno – Navidad y Año Nuevo – y justo después del verano por el simple hecho de aplazar el divorcio a después del periodo de descanso.
En resumen, muchas personas, una vez tomada la decisión en su fuero interno, esperan al momento que creen menos significativo o de menor impacto emocional para dar el paso de romper una relación, sin que el efecto psicológico depresivo del síndrome postvacacional o la interacción más frecuente con la pareja tengan mucho que ver en ello.
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