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Inicio » Blog » Psicología cotidiana » Roles en la familia: Cuando los niños no pueden ser niños
Entre lo mucho que los humanos aprendemos en nuestra infancia, quizá sea la capacidad de relacionarnos afectivamente una de las más importantes, imprescindible para la supervivencia como individuos de nuestra especie. Desde antes incluso de salir del vientre de nuestra madre, establecemos comunicación afectiva con ella; si no ocurre nada imprevisto, será quien sirva al niño de mediadora con el resto del mundo. Ser niños es un proceso de emancipación continua desde la completa dependencia hasta la autonomía, guiado por humanos adultos. El principio más importante de la teoría del apego es que desde el nacimiento es imprescindible que el bebé desarrolle una relación con su cuidador para que tanto su desarrollo social como emocional se produzcan con normalidad sin acabar en un intercambio de roles en la familia.
Con esta persona de referencia, los bebés establecen un vínculo afectivo profundo, convirtiéndose aquella en la figura de apego principal. Será mediante la interacción con su cuidador como el niño aprenderá a desarrollar sus habilidades relacionales; si el adulto responde de forma apropiada y consistente con las necesidades del niño, el patrón de apego que se desarrolla es seguro y los roles familiares serán los adecuados. Pero si la figura de apego se muestra sobreprotectora, negligente, inconsistente o amenazadora, pueden aparecer esquemas desajustados que, reforzados y sostenidos en el tiempo, afectan a la forma en que nos vamos a relacionar con los demás.
A grandes rasgos, este sería un resumen de la teoría del apego de Bowlby, que Hazan y Shaver extendieron a las relaciones románticas adultas; no es difícil advertir la continuidad entre patrones emocionales interiorizados durante la crianza y el desarrollo de los niños y los que se ponen en juego en interacciones adultas, salvo que se den las condiciones para modificar estos patrones – por ejemplo, el impacto de otros aprendizajes relacionales posteriores -. La teoría del guion de vida, dentro del Análisis Transaccional, profundiza en este concepto de formación de un patrón de comportamiento general, identificando algunos elementos de la comunicación entre la persona y sus cuidadores que influyen – ya sean explícitos o automáticos – en la configuración de este guion o patrón definido.
Tener claro cuál es el rol de los hijos es importante para no acabar cayendo en conductas desorganizadas o confusas. Una de las actitudes negligentes más habitual es aquella en la que el niño recibe mensajes implícitos, no deliberados – y, por tanto, muy difíciles de identificar – orientados a que madure antes de tiempo, o asuma ciertos roles familiares que corresponden a los adultos, lo que en Análisis Transaccional se conoce como el mandato “No seas niño”. En muchas ocasiones, esta prescripción implica una alianza con uno de los progenitores – o ambos –, que se presenta ante el niño como alguien desvalido, necesitado de ayuda o protección, lo cual da lugar a una inversión de roles; el niño pasa a ser el “adulto” que cuida de quién debería ser su figura de apego principal y quien proporcionase seguridad. Es importante diferenciar esta situación de parentalización inversa de otras donde la ausencia de la figura protectora es más explícita y tiene causas externas, como pueda ser la desaparición del adulto responsable – total o parcial, sea por defunción, abandono o incapacidad grave -, pues aquí la figura de apego no tiene por qué pasar a adoptar un rol inverso dentro de los roles en la familia.
En otras palabras, hablamos de situaciones donde los roles familiares no son adecuados y el hijo asume funciones de cuidador por desidia de este. Por ejemplo, niños que se hacen cargo de mediar entre sus padres: cuando la relación de pareja es muy tensa o no funciona bien, no son infrecuentes los intentos de aliarse con hijos o hijas contra el otro progenitor, presentándose generalmente como víctimas de los comportamientos del otro – “mira lo que me hace tu padre, es una mala persona” -. El espectro de casos posibles es muy amplio, se podrían incluir ejemplos como hijos que actúan en el rol de “pareja” de su progenitor ante la dimisión o abandono del otro, acompañándolos a todas partes y cuidando de ellos, o que son utilizados para las tareas más difíciles de la relación – como pueda ser lidiar con padres alcohólicos, hermanos desatendidos, etcétera -, hijas que se convierten en confidentes de las quejas de sus madres, o en el blanco de atenciones paternas que se salen del rol paterno-filial, o también reclutados como cómplices y mantenedores del secreto en diversas actitudes indeseables de los adultos. En todos estos casos, quienes sufren la inversión de roles de la teoría del apego ven dificultada la posibilidad de ser niños.
Otro matiz relativo al intercambio de roles en la familia y al apego inadecuado ante este tipo de contextos parentales está basado en la rebelión interna: ante una inversión de roles, el niño puede asumir su papel alterado a regañadientes y, si sus necesidades de afecto son recurrentemente ignoradas por el adulto – a pesar de estar “cumpliendo con su parte” -, conducir a un alejamiento o retirada del contacto con las personas. Los vínculos afectivos pueden convertirse en distantes, derivando en una insensibilización afectiva, con temor o distancia ante las situaciones sociales que implican ciertos grados de vínculo – miedo a la intimidad -.
En todas las variantes, este tipo de vínculos inversos derivan en una notoria incapacidad para el disfrute auténtico, pues la persona no ha podido explorar ni experimentar libremente desde un rol infantil o adolescente, e importantes niveles de rabia y frustración interna, más o menos camuflados. Este tipo de patrones, que por supuesto se pueden modificar en terapia, pueden verse alterados mediante un adecuado ajuste en un marco relacional seguro que facilite tanto la expresión sana del placer como la valoración de las necesidades propias, en un intercambio adulto y responsable donde no sea necesario “hacerse cargo” del otro y donde cada uno tome el rol familiar adecuado.
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