
El burnout o síndrome del quemado
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Convertida en el remedio a todos los males, solución a todos los conflictos – desde domésticos hasta la alta política – e indicador de categoría moral superior, la empatía parece ser el santo grial de nuestros tiempos. Basta con mostrarse empatizante para que una situación se arregle mágicamente, y por ello quien la posee está dotado de una habilidad psicológica especial. Hoy en día, cuando me niegan mis deseos, se debe a falta de empatía – pues si la hubiera, sin duda los demás harían lo que yo quiero -, y cuando los comunico, demando empatía como garantía de que van a ser complacidos. En definitiva, que empatizar se ha transformado en una palabra hueca, vaciada de su contenido original, un comodín genérico que además ha visto su significado pervertido, puesto que está sirviendo para enmascarar actitudes egoístas y paradójicamente nada prosociales.
¿Que significa empatizar? La definición más común de la empatía la cataloga como una habilidad para ponerse en el lugar de otra persona. Lo cual es demasiado genérico: más concretamente se trata de una respuesta afectiva que implica la comprensión del estado emocional del otro. Esto nos permite poder sentir ese mismo estado y aproximarnos a él habilitando respuestas menos agresivas y más prosociales. A pesar de algunas diferencias en esta definición, el descubrimiento de las neuronas espejo y su funcionamiento en macacos (Rizzolatti, 1996) supuso el inicio de la investigación neurocientífica, brillantemente continuadas por Antonio Damasio y su trabajo sobre las bases neuronales de la emoción y el sentimiento, pudiendo afirmar que los datos empíricos sobre la existencia de la empatía son muy consistentes.
Hoy en día se tiende a pensar que la empatía es una habilidad multidimensional, diferenciándose entre la empatía afectiva y la cognitiva. La primera se refiere a la respuesta emocional propia ante el sentimiento ajeno, y la segunda – que en cualquier caso se desarrolla después de este primer componente emocional -, estaría relacionada con la comprensión de la posición del otro y la discriminación entre el yo y los demás (Eisenberg, 2005). También se habla de una empatía perceptual, en la que somos capaces de representarnos en el espacio y el tiempo la situación del otro. Esta diferenciación es crucial en lo que respecta a la aparición de la conducta prosocial y cómo funciona este mecanismo.
Nuestros sistemas de razonamiento moral prosocial nos asisten en la toma de decisiones sobre proporcionar ayuda a otras personas cuando hay algún tipo de conflicto entre nuestras necesidades – razonamiento hedonista – y las de los demás – orientado a necesidades -. Cuanto mayor sea mi capacidad empática, más dispuesto voy a estar a orientarme a las necesidades, siendo consistente la investigación en señalar que las mujeres son más proclives al comportamiento cooperativo que los hombres, que muestran mayor tendencia a razonar de forma hedonista y a comportamientos agresivos (Tur y cols. 2016, Carlo y cols. 2013, Eisenberg y cols. 1995).
Por lo tanto, ser más capaces de captar el estado emocional de otras personas va a favorecer que pueda comprender sus necesidades y por tanto adecuar mis conductas hacia una resolución del conflicto más satisfactoria. Pero cuidado, porque correlación no implica causalidad y esto no siempre es así: no podemos dejar de lado que, en esta valoración de la situación ajena, el procesamiento cognitivo que haremos está influido por nuestras propias creencias y parámetros morales, y por ello el mero hecho de poder ser empatizante no garantiza que acepte o esté de acuerdo con la posición ajena.
Con un ejemplo se puede ver mucho más evidente: cualquiera de nosotros puede llegar a comprender el sufrimiento de una persona que tiene celos de la estrecha relación de su pareja con un tercero, la angustia de la incertidumbre y la ansiedad que genera la perspectiva de una posible pérdida, y querer ayudar a reducirlos – comportamiento prosocial -. Pero va a ser más difícil que estemos de acuerdo con soluciones como las conductas controladoras, la coacción y los chantajes emocionales como elementos de presión, incluso entendiendo el proceso que ha llevado a la persona hasta esta situación. Ser empatizante me sirve para entender cómo ve el otro el mundo, pero no es una carta blanca para admitir cualquier comportamiento.
Esta limitación es especialmente importante en terapia, ya que una de las habilidades que necesita el terapeuta es precisamente la empatía, por lo que es necesario ser consciente de sus peligros. Hace muchos años que Carl Rogers apuntó las tres actitudes esenciales para una relación de ayuda, y que hoy están asumidas por psicólogos de todas las escuelas:
Aunque parezcan una obviedad, en realidad cultivar las tres actitudes no es sencillo, entre otras cosas porque tienden a interferirse unas con otras. ¿Puedo aceptar incondicionalmente a una persona que agrede a otros más débiles? ¿Puedo empatizar con ella, comprendiendo su marco mental? Y en ese caso, ¿estoy dispuesto a mostrar mis sentimientos auténticos de rechazo a esas conductas, y por tanto ya no estoy aceptándole incondicionalmente? En muchas ocasiones, los psicólogos nos vemos en la posición de comunicar desaprobación ante conductas dañinas para la persona o los demás, desalentarlas y buscar alternativas sanas junto con la persona. Ser empatizante con alguien no significa estar de acuerdo con lo que piensa o hace; podemos comprender sin aceptar.
De hecho, incluso podemos darle la vuelta a la situación: somos también capaces de aceptar sin necesidad de entender, simplemente respetando el derecho de otro a tomar decisiones propias, siempre que no supongan una quiebra o daño para nadie. En resumen, si a pesar de su importancia, mediante nuestra habilidad empática no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo con el otro, ni asimilar sus puntos de vista, disponemos de otras capacidades psicológicas para llegar a pactos de convivencia o cooperación, como la resolución de conflictos, la toma de decisiones, la asertividad, las habilidades de negociación o el razonamiento moral.
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Richaud M. C. y Mesurado B. (2016). Las emociones positivas y la empatía como promotores de las conductas prosociales e inhibidores de las conductas agresivas. Acción Psicológica, diciembre 2016, vol. 13, nº. 2, 31-42.
Tur A., Llorca A., Malonda E., Samper P. y Mestre M. (2016). Empatía en la adolescencia. Relaciones con razonamiento moral prosocial, conducta prosocial y agresividad. Acción Psicológica, diciembre 2016, vol. 13, nº. 2, 3-14.
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2 comentarios en “Los límites de ser empatizante”
Muy interesante, soy Artist Chileno y estamos viviendo un tema Politico muy complejo en mi país. Se usa mucho el término empatía, y creo muy positivo formarse bien sobre esto para comprender mejor su uso y límites de esta práctica.
Gracias
Todo un crucko usted don tomas