
El burnout o síndrome del quemado
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Si hay una especie que ha llevado el vínculo grupal a extremos increíbles, esa es sin duda la nuestra; la capacidad de los humanos para cooperar en niveles de complejidad asombrosos nos convierte en jugadores de equipo excepcionales, y por ello muy vulnerables al impacto de la soledad. La situación más temida por la mayoría de nosotros es sin lugar a dudas, quedarnos solos, apartados y abandonados por el grupo, sin nadie con quien poder contar. Los seres humanos necesitamos del vínculo afectivo con otros semejantes no solo por cuestiones evolutivas – mayores probabilidades de supervivencia -, sino para mantener nuestra salud mental y fisiológica: la sensación de soledad incrementa el riesgo de sedentarismo, de tabaquismo, de consumo excesivo de alcohol y de alimentación inadecuada (Gené-Badia et al., 2016), y puede afectar también al sueño y el correcto descanso.
En la consulta del psicólogo es uno de los temas estrella, y aunque pueda parecer un fenómeno muy evidente, presenta diversas manifestaciones y muchos matices importantes. De entrada, hay una distinción crucial entre soledad y aislamiento social (Gené-Badia et al., 2016). Mientras que la falta de apoyo social implica mantener un contacto mínimo o inexistente con otras personas, y por tanto es una condición objetiva, la soledad es un estado emocional sobrevenido cuando no se logran las relaciones interpersonales que se desean (Expósito y Moya, 1999). Es por ello subjetiva, ya que no depende de la cantidad de relaciones que se tengan, sino que proviene de un desajuste entre las que querríamos tener y las disponibles. Estamos hablando de la conocida sensación de soledad, de “sentirse solo rodeado de gente” que muchas personas refieren.
La soledad, en este sentido, no dependería tanto de la cantidad de contactos que se tengan y no se debe confundir con el hecho de vivir solo, ya que una persona en esta situación puede disponer de una red familiar y de amistades amplia y bien cimentada. Cuando somos nosotros quienes hemos elegido un estilo de vida solitario, la desagradable sensación emocional que llamamos soledad no aparece. Ahora bien, le solemos tener terror a la soledad “impuesta”, aquella que nos viene de fuera, producto de circunstancias vitales diversas – por ejemplo, tener que mudarse a otra ciudad, una ruptura sentimental, la emancipación de los hijos, etcétera -. En estas situaciones, la pérdida sufrida nos va a provocar un sentimiento subjetivo de vacío y puede conducir a una percepción de soledad.
Aquellos que han estudiado el fenómeno diferencian varios planos o aspectos involucrados en esta percepción de soledad, que se pueden relacionar con los círculos en los que Dunbar organiza la red relacional en su Teoría del cerebro social. Según esto, podríamos distinguir la soledad emocional, referida a una falta de afecto y vínculo mayor de la deseada en el ámbito más íntimo, la soledad relacional como el hecho de experimentar poca proximidad a familiares y amistades – en este caso se trataría de problemas en el círculo de simpatía -, o la soledad colectiva si nos sentimos poco valorados socialmente hablando, lo que nos ubica en el grupo amplio con el que interactuamos – círculo más externo -.
Se podría pensar que la forma más intuitiva de afrontar la soledad es fomentar el contacto con otras personas, lo cual es correcto a grandes rasgos; paradójicamente, a pesar de que es indispensable para mejorar nuestra red de apoyo social, por sí sola puede no ser suficiente para todos los casos. Esto se debe a que el concepto de apoyo social y el de soledad, aunque estén relacionados, no son lo mismo.
El apoyo social hace referencia a las transacciones sociales que tenemos con los demás, y se enfoca cuantitativamente – aumentar el número de interacciones –, basándose en factores objetivos como recibir beneficios del contacto: información, empatía, un espacio para desahogarnos, momentos agradables o incluso ayuda material (Expósito y Moya, 1999). Si la soledad es producto de un aislamiento social indeseado, la construcción de una red de apoyo puede bastar (Weiss 1973, Montero y Sánchez-Sosa 2001), pero si hablamos de soledad emocional, necesitaremos enfocarlo desde otra perspectiva: en este escenario, las medidas de fomento del apoyo social podría decirse que son imprescindibles pero paliativas.
En efecto, por sí solas no pueden resolver la dimensión subjetiva, un sentimiento profundo relacionado con la ausencia de relaciones de intimidad y cercanía. En la mayoría de los casos que llegan a terapia, la persona echa en falta relaciones significativas, con un elevado índice de intimidad y cercanía. Se trata de un sentimiento profundo, cuya causa se encuentra en la imposibilidad de sentir seguridad, reconocimiento o afecto; sin un “otro” que nos permita contrastarnos, nuestra autoestima sufre. Dado que construir una relación tan estrecha requiere, además de encontrar candidatos, invertir una cantidad apreciable de nuestro tiempo y atención, el proceso puede ser bastante largo según nuestras habilidades sociales – o nuestra ansiedad social -.
Estamos entrando con esto en el terreno más intrapersonal; sentirse solo conlleva una revisión o balance interno. Buscamos explicaciones para la aparición de la sensación de soledad y es frecuente que las encontremos en nosotros mismos, concretamente en nuestras carencias. ¿Cómo es posible que no tenga los amigos íntimos o la pareja que deseo tener? A partir de aquí se abren muchos interrogantes peligrosos, así que afrontar la soledad implica también una buena dosis de trabajo interno.
Por último, hay ciertos casos en que la persona parece disponer de una buena red de apoyo social, tiene amistades, familiares o pareja con un buen vínculo íntimo y sin embargo siguen sintiéndose solos. Aunque parezca incomprensible, esta demanda está relacionada con un vacío emocional, con origen en alguna ausencia o pérdida significativa, y que puede remitir al miedo a la muerte – o a la vida, según se mire -.
En este tipo de situaciones, la relación íntima que se ha perdido es con uno mismo; si mi entorno parece normal y satisfactorio, pero me sigo sintiendo solo, es muy probable que lo que eche en falta es algún tipo de motivación interna, plan o proyecto que me conecte con un propósito vital y en el cual pueda expresar mi potencial. No hay que olvidar que en el centro de los círculos de amistad me encuentro yo; si no mantengo un vínculo íntimo con mis deseos, necesidades y motivaciones, puede aparecer la temida soledad.
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