
El burnout o síndrome del quemado
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Uno de los conceptos que más fortuna ha hecho entre la literatura de autoayuda es el de “persona tóxica” para referirse a alguien con el que mantenemos o hemos mantenido una relación caracterizada por un fuerte malestar psicológico – aplicándose también el término relación tóxica -. Una búsqueda sencilla por Google nos lleva a cientos de páginas donde se nos previene de la gente tóxica, cómo detectarlos y cómo protegerse. Sin duda un esfuerzo bienintencionado, pero da la impresión en la mayoría de los casos que el adjetivo de marras tiende un puente hacia la patología mental. Se podría llegar a la conclusión de que toda persona con la que te hayas llevado mal o con la que la relación no haya funcionado padece algún tipo de trastorno; un efecto similar a leerse el DSM y encontrarse varios trastornos de personalidad en una tarde. Por descontado, tú has sido la víctima y el otro el que te ha maltratado de alguna manera.
Y lo cierto es que, si bien en ciertos casos desafortunados es así, lo más probable es que esa persona que nos ha amargado la vida no tenga nada patológico ni que se trate de un reparto de roles estereotipados donde nos ha tocado el bueno. Por otra parte, asumir que hemos sido víctimas indefensas de una mente maligna, ya sea una conclusión realista o producto de un análisis precipitado, puede resultar bastante destructivo: no es raro que aparezca culpabilidad, indefensión, sentimiento de inferioridad, rabia contra uno mismo o dudas sobre la propia capacidad para tomar decisiones adecuadas.
En el ámbito de las “personas negativas y tóxicas” suelen describirse perfiles que se ajustan a algunos de los trastornos de personalidad del llamado clúster B – los de tipo dramático -, más inclinados además a conductas peligrosas (Esbec y Echeburúa, 2010). Se hace especial hincapié en el llamado “psicópata-narcisista”, que englobaría lo peor de ambos trastornos – antisocial y narcisista – en un personaje egocéntrico sin límite, que desconoce la empatía y cuya herramienta de comunicación habitual es la manipulación y la mentira.
Pero en realidad, ¿qué probabilidad hay de vernos metidos en una relación con un trastorno de personalidad de este tipo? No hay muchos estudios sobre la prevalencia de trastornos de este tipo, pero se podría afirmar que aproximadamente el 1-3% de la población correspondería con un trastorno antisocial, menos del 1% para un narcisista, o alrededor de un 2% para el trastorno límite de personalidad (Torgensen 2001, Lenzerweger y cols. 2010, Trull, 2010), por indicar los más proclives a presentar conflictos interpersonales, comportamientos manipuladores o explotadores y tendencia a la ausencia de empatía, entre otros factores. De cada cien personas que puedas conocer en aplicaciones de contactos, solo unas cinco o menos podrían encajar en esa descripción. Así que no hay que alarmarse en exceso por esa posibilidad. Y después, claro está, habría que ver si la relación deriva en conflicto o no. Eso sí, hay bastantes estudios realizados sobre población reclusa o con trastornos por abuso de drogas y alcohol en los que se encuentran porcentajes del 60-65%, así que es bastante más probable encontrarlo en personas de este grupo.
El hecho subyacente a los datos es que no es necesario presentar una patología psicológica para tener una relación dañina, sufrir algún tipo de maltrato psicológico – o incluso físico – o, en general, padecer una mala experiencia con una pareja. Todo el mundo sabe en cierta medida cómo manipular – lo hagan de manera automática o premeditada -, pues aprendemos desde niños a utilizar las más variadas técnicas para conseguir que los demás hagan lo que queremos, o al menos intentarlo con mayor o menor fortuna.
¿Cuáles serían entonces los rasgos comunes de una de estas llamadas “personas tóxicas”? Relativizada la presencia de un trastorno de personalidad, es importante dejar claro que entre la patología y el estar totalmente sano hay diversos grados, no se trata de si lo tienes o no. Muchas personas pueden presentar ciertos rasgos de personalidad desagradables, molestos o potencialmente dañinos y ser aceptados como normales. De hecho, muchos de nosotros hemos interiorizado creencias o comportamientos poco sociales a fuerza de verlos en casa o en la escuela y por tanto etiquetarlos como naturales; pararse a cuestionarlos y reemplazarlos por otros es un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a realizar, salvo que tome conciencia – algo que suele suceder en contacto con otras personas ajenas al núcleo familiar o social habitual -.
Sin embargo, los rasgos más repetidos en este auge de la prevención contra una persona tóxica serían un marcado egoísmo, la aparición de comportamientos considerados poco sociales – manipulaciones, mentiras, descalificaciones, agresividad o incluso negatividad -, y una actitud poco empática hacia los demás, tendiendo a descontar sentimientos o necesidades ajenas. Se podría ir incluso más allá y englobar a todos aquellos cuya posición vital (Berne, 1961) sea distinta de la sana (Yo estoy bien, Tú estás bien); cualquiera que se coloque en posición de superioridad (perfiles explotadores Yo+, Tú-), de inferioridad (Yo-, Tú+) o de desesperanza (Yo- Tú-) podría encontrarse fácilmente en el rol de tóxico mostrando características de una persona tóxica.
¿Y cuántos de nosotros no hemos estado en algún momento de nuestra vida en este lugar? ¿Sintiéndonos inseguros, inquietos, débiles, hundidos, superiores o condescendientes? En algún lugar es probable que haya una persona que piensa que fuimos tóxicos, que no la tratamos como era debido y que nos portamos mal con ella. Leyendo estos artículos solemos identificarnos con la víctima, pero nos cuesta más ver nuestros comportamientos “tóxicos”, analizarlos y tomar cartas en el asunto. Por no hablar de que podemos perfectamente resultar tóxicos los dos actores principales de la película, sin poder encontrar un espacio de comunicación mutua.
Lo peor de estos reiterados avisos de que el mundo está lleno de personas tóxicas, psicópatas y narcisistas malvados en cada esquina, esperando para hacernos todo ese mal adrede – muchas de esas conductas tan poco agradables están interiorizadas de tal manera que aparecen automáticamente – y arruinarnos nuestra preciada existencia, es que nos pueden volver aún más desconfiados y aislarnos de un muy necesario contacto con los demás. Sí, obviamente existen monstruos con forma humana ahí fuera, encantadores de serpientes y también hay personas irrespetuosas, desconsideradas o egoístas.
Pero no son todos, e incluso se podría dudar que fueran mayoría. Apartarnos de los demás solo trae aislamiento y soledad; si te encuentras con este tipo de personas, te darás cuenta a medida que tu malestar emocional aparezca – para esto tenemos emociones, para advertirnos -. Si el contacto con una persona me provoca de forma habitual emociones negativas, quizá haya llegado el momento de apartarla de nuestra vida o limitar las interacciones. Aunque para dar ese paso tenga que renunciar a la fantasía de que podría haber salido bien.
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