
El burnout o síndrome del quemado
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Inicio » Blog » Psicología cotidiana » El rol de víctima: el victimista
A medida que las sociedades humanas abandonan los principios basados en la imposición, la posición de poder o lo que se llamaba darwinismo social – incorrecta aplicación de la teoría evolutiva a los grupos sociales que derivó en guerras y totalitarismos -, se ha ido restañando en el daño causado y la inmensa cantidad de víctimas de esta ideología del poder. Dar voz y presencia a diversas minorías represaliadas, a personas o colectivos que han sufrido persecución, ostracismo y menosprecio es esencial si queremos progresar como especie. Afortunadamente, y aunque cueste creerlo, parece que avanzamos hacia una sociedad donde se promueve la integración y la reparación a las personas que hayan podido resultar perjudicadas. Pero esto también puede crear a un victimista que se presenta como víctima sin serlo.
Entendemos por tanto como víctima a cualquiera que se halle en una situación de indefensión o riesgo provocado por un daño sufrido, lugar en el que a nadie le gusta estar. Sin embargo, si uno se da un paseo por redes sociales o está más o menos al día de reivindicaciones sociales de toda índole, se da cuenta enseguida de que cada vez más aparecen voces que, sin haber sufrido daño evidente de ninguna clase, se catalogan como víctimas de algo o alguien. Tanto es así que incluso lo podemos ver en mayorías y elites sociales, políticas o económicas sin ningún rubor. Pareciera que todo el mundo se presenta como víctima y proliferan los ofendidos por todo el mundo, independientemente de la cultura de origen.
Se hace difícil, por tanto, diferenciar a víctimas reales de lo que podríamos llamar falsas víctimas – aquellos que se presentan como tales sin serlo, sea porque creen serlo o fruto de una estrategia deliberada -. Incluso puede ocurrir que víctimas reales se conciban a sí mismas como víctimas en cualquier otro ámbito de su vida. Estaríamos hablando de adoptar un rol en la interacción con los demás, un mecanismo psicológico que trata de explotar las ventajas ocultas de colocarse en esta posición a priori indeseable. En términos de Análisis Transaccional correspondería al rol de Víctima en los Juegos Psicológicos (Berne, 1964, Steiner 1975).
Grosso modo, cuando una persona está actuando como víctima sin serlo, de manera interesada e intencionada, nos encontramos ante un juego de poder; se trata de una manipulación, más o menos evidente, para obtener un beneficio de otro. La idea es explotar las buenas intenciones de los demás en provecho propio, lo cual moralmente es bastante reprochable, pues supone un engaño deliberado. No es necesario comentar que mejor prevenirse de este tipo de personas.
Pero cuando se trata de un automatismo no consciente para la persona, estamos hablando de un Juego Psicológico y las implicaciones son mucho menos evidentes. Un Juego Psicológico no es más que un intercambio comunicativo entre dos o más personas que es estereotipado – siempre ocurre de la misma manera, como si tuviera un guion predefinido – en el cual todos los jugadores acaban chasqueados y sintiéndose mal. Como sea que nadie decide sentirse mal a propósito, el juego tiene lugar porque inconscientemente se obtiene un beneficio oculto: generalmente, reafirmarse en alguna creencia limitadora o dañina previa, y, sobre todo, evitar un contacto sano e íntimo con los demás.
Al comenzar el juego, cada participante se coloca en un rol del triángulo dramático de Karpman: Víctima, Salvador o Perseguidor. El jugador que inicia le tira un cebo al otro, tratando de sacar partido de su debilidad. Si el interlocutor acepta el juego, tiene lugar un intercambio comunicativo en el que, en algún momento, se “gira la tortilla” y los roles cambian; nuestra Víctima pasará a perseguir o salvar al otro jugador y todo el mundo se sentirá mal.
¿Qué características presenta una persona victimista que adopta este rol y cómo funcionan los juegos? La Víctima es quizá el rol más difícil de jugar, por su carácter más pasivo-agresivo y dado que supone buscar la humillación, pero es muy efectivo al atraer tanto críticas como atenciones de los otros dos papeles. La creencia básica de una persona en esta posición es que los demás son responsables de lo que ella siente o piensa. Me siento bien o mal en función de lo que los otros hagan conmigo. Así que de forma automática buscará que alguien le salve o le persiga. Con esta premisa está minusvalorando sus propias capacidades – el rol de víctima es profundamente incapacitante – y las necesidades de los demás, y sobrevalorando por el contrario las capacidades de los otros y sus propias necesidades. No, no somos tan importantes como para que el resto ande pendiente de nosotros, mucho menos a tiempo completo.
El juego principal de la Víctima es el que Berne denominó “Sí, pero”. Se inicia con una queja sobre algún problema aparentemente de imposible resolución. Todo un reto para cualquiera que vaya por el mundo en posición de Salvador, que acudirá a la llamada proponiendo una solución. Sin embargo, se encontrará con una objeción: “Sí, pero”. Nada grave, el Salvador agudizará el ingenio para ofrecer una nueva alternativa, que será implacablemente rechazada. El intercambio continúa al mismo tiempo que ambos jugadores se van enfadando, hasta que se produce el cambio de papeles: la Víctima se enfada, y pasa a perseguir, y el Salvador se convierte en Víctima de esa persecución. Ambos han salido escaldados, pero se han reafirmado en creencias negativas: la Víctima sigue pensando que su problema es especial e irresoluble – incapacidad –, que nadie le entiende, y que todo el mundo le dice lo que tiene que hacer – más incapacidad -. El Salvador se va creyendo que, otra vez, la gente es una desagradecida cuando él lo único que quiere es ayudar. Un ejemplo puede ilustrar lo común que es este juego:
Otro muy extendido es el llamado “Pobre de mí”, en el que el jugador en rol de Víctima utiliza un pretexto, como alguna enfermedad, desgracia pasada o característica para no asumir responsabilidades – “¿cómo voy a hacerme cargo de esto si yo soy/sufrí/tengo …?” -, muy popular en las redes sociales, o el “Si no fuera por ti”, en el que la Víctima se queja de todo lo que no puede hacer porque otra persona se lo impide.
El denominador común de este tipo de comunicación, y su peligro principal, es que refuerza la victimización de la persona que lo juega, en vez de buscar autonomía y responsabilidad. Profundizan en una visión dañina de uno mismo como alguien inadecuado e incapaz de hacerse cargo de su vida. Por tanto, cuando somos conscientes de estos juegos, es necesario cortarlos: en el caso del irritante “Sí, pero”, devolviendo la responsabilidad sobre el problema – “¿cómo has pensado resolverlo?” “¿Qué necesitarías para ello?” – o en “Pobre de mí” enviando un mensaje de tipo “creo que puedes hacerlo”. Esta actitud, que hoy muchos llaman empoderar, es especialmente importante en el caso de aquellos que han sufrido daños reales, pues corren riesgo de ser etiquetados como víctimas – falsas – por el resto de la sociedad.
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