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Saliendo de la zona de confort: sobre aceptación y conformismo

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Procedente del siempre polémico mundo del coaching, parece que el concepto de zona de confort ha hecho fortuna, ya que no hay un solo ámbito de la actividad humana donde no aparezca alguien a encasquetártelo en cuanto sospecha que no tienes demasiadas ganas de cambiar, moverte de donde estás o te perciben medianamente apalancado. Pocos nos hemos librado del típico motivado que nos insiste en saliendo de la zona de confort encontrarás la felicidad que buscas.

El caso es que el nombre se presta a confusión, puesto que intuitivamente parece lógico suponer que, si me hallo en una situación confortable, no tenga la más mínima intención de alterarla. Claro está, la palabreja de marras no se refiere a esto, sino a una supuesta necesidad de cambio que tampoco sabemos muy bien de dónde sale, pero parece seguro que no del propio individuo. Es por esto que esta metáfora sobre la motivación, estar saliendo de la zona de confort y los mecanismos que promueven el cambio falla en su concepción: el cambio de origen interno requiere alguna señal de insatisfacción con la situación y, por tanto, un mínimo de malestar para que esta necesidad de moverse sea percibida. Y cuando se percibe malestar, podemos ponerle muchas etiquetas al asunto, pero confortable no es una de ellas.

Saliendo de la zona de confort

saliendo de la zona de confortNo hay que olvidar que el coaching nace en el seno de las grandes empresas estadounidenses y por ello sus intereses estaban alineados irremediablemente con los de las organizaciones; en este caso preparar a sus empleados para entornos de cambio continuo o, en otras palabras, impuesto por la compañía. La famosa “zona de confort” implica pues la intervención de factores externos o ajenos que nos cambian el panorama, ante el cual no nos queda más remedio que adaptarnos, de buena o mala gana saliendo de la zona de confort. De nuevo, un término inventado por el capitalismo contemporáneo trata de responsabilizarnos individualmente de situaciones externas frente a las cuales tenemos poco o ningún control. Parece además como si cualquier intento de resistencia ante una realidad inestable fuera a ser considerado como una actitud inaceptable – y por descontado, moralmente reprobable -, el tratar de “quedarte en tu zona de confort” te identificaría como anticuado, obsoleto o peor aún, cobarde. La realidad de muchos asalariados es que no sales, es tu empresa quien te echa de la supuesta zona de marras.

Lo cual dejaría para el final una consideración que parece pasar por alto la simplificación habitual que el coaching hace de la complejidad social de los seres humanos: la percepción de que una situación permanece inalterada durante un periodo prolongado de tiempo no significa que no haya experimentado cambios ni que no quiera salir de la zona de confort. Los sistemas abiertos – y cualquier grupo social, por pequeño que sea, lo es – se adaptan para resistir amenazas desde el exterior a su estabilidad y tratan de mantener su coherencia interna. Muchísimos de nosotros hemos necesitado evolucionar, adaptarnos y buscar soluciones nuevas para sostener una situación favorable que no deseamos perder o, en otras palabras, hemos tenido que cambiar para que nada cambie. Un observador – o un coach – poco entrenado podría confundir esto con inmovilismo.

Que es la zona de confort

Por todo ello, ¿qué es la zona de confort? la “zona de confort” parece más un objetivo deseable que una explicación de los mecanismos del cambio; sin tensión interna no hay percepción de incomodidad y sin este malestar no hay movimiento hacia ninguna parte. Hay que percibir un desequilibrio para poder pasar a un nuevo estado de equilibrio: cualquier persona que llega a la consulta de un psicólogo se encuentra en una situación de sufrimiento debido a un mal ajuste al contexto en el que vive, ya sea por necesidad de adaptarse a sucesos externos o porque desee modificar el entorno existente, pero no sepa muy bien cómo hacerlo.

Podríamos hablar aquí de “zona de ambivalencia”, más que de zona de confort, ya que es en estas situaciones donde tiene lugar la toma de decisiones; el malestar interno ha movilizado los recursos de la persona, que está considerando cuáles son las necesidades que están insatisfechas y de qué manera las puede cubrir. Por una parte, valoramos los beneficios de mantener la situación actual, y este es un análisis relativamente fácil de realizar, porque la conocemos muy bien. Por la otra, podemos percibir las ventajas de un posible cambio, pero como no podemos adivinar el futuro, son especulaciones: sabemos desde dónde partimos, pero no a dónde llegaremos. Lo que comprensiblemente suele asustarnos lo suficiente como para que entremos en esta fase ambigua donde nos gustaría cambiar algo, pero nos da miedo ponernos a ello; analizamos y sopesamos pros y contras esperando encontrar la clave para saber qué hacer. Es aquí donde se genera el impulso hacia el cambio. O no.

Aquí entran en juego una serie de conceptos que hoy en día están bastante mal vistos – aunque en tiempos pasados se veían como virtudes -, como pueden ser la aceptación o la resignación, o el pecado, hoy imperdonable, del conformismo. Hay numerosas frases contundentes, también procedentes del coaching – qué casualidad – que nos señalan el camino de la ambición, el inconformismo, el perseguir metas como si nos fuera en ello la vida, como algo deseable por sí mismo sin mayores consideraciones: “prohibido rendirse”, “persigue tus sueños”, “no te conformes” y demás lemas presentados con tipografías fantásticas sobre fotos de gente escalando cumbres.

Como salir de la zona de confort

La pregunta que cabe hacerse es por qué rendirse no es una opción válida. ¿Qué ocurre si las metas que me he marcado son inalcanzables o poco realistas? Si he fallado ya cinco veces en mi afán de conseguir un objetivo, quizá sea el momento de revisar mis sueños y ajustarlos o adaptarlos a algo más modesto o distinto, pero más factible. Estrellarse una y otra vez contra un muro no es garantía de que vaya a caerse en cualquier momento; saber cuándo abandonar también es una decisión apropiada. En una vida cualquiera hay muchas variables que están fuera del control de la persona, y que no dependen de ella; de aquello que no puedo modificar, solo me queda aceptarlo y decidir en consecuencia cuál será mi actitud al respecto. De lo que sí, decidir que dejo las cosas como están puede ser un ejercicio de pragmatismo, de autocuidado o de conservación, si mi pronóstico de cambio implica demasiados riesgos o un coste excesivo. Conformarse – o decidir no cambiar – no implica necesariamente claudicar, puede ser producto de una valoración cuidadosa y no simplemente “apalancarse”, como algunos coaches pretenden vender. A veces no es necesario aprender a cómo salir de la zona de confort.

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