
El burnout o síndrome del quemado
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Inicio » Blog » Psicología cotidiana » El miedo al hablar en público y el incómodo instante de la pregunta
En muchas situaciones sociales, tanto laborales como personales, uno de los momentos más temidos es aquel en que alguien – especialmente si tiene relevancia para nosotros – nos hace una pregunta. Muchas personas pasan las reuniones de trabajo sufriendo por la posibilidad de que alguno de los asistentes repare en ellas, pero en el terreno de las amistades puede ser incluso peor: el miedo a hablar en público y a no saber qué decir o la presión autoimpuesta de contestar algo original e interesante nos puede dejar paralizados. Eso durante el incómodo momento, porque después, cuando hagamos una valoración, no será raro sacar el látigo del reproche interno para reafirmarnos en nuestra idea dolorosa preferida sobre nosotros mismos.
En psicología hay muchas etiquetas para diferenciar las diversas manifestaciones de estas dificultades sociales: fobia social, personalidades evitativas, timidez, etcétera. Todas tienen en común este miedo a someterse a la mirada de los demás, bien porque los consideremos “peligrosos”, bien porque nos hayamos convencido de que no estamos a su altura o más comúnmente por ambas cosas. Si nos encontramos en alguno de estos casos, un método infalible de detección es monitorizar nuestra reacción habitual a una pregunta. Hacia afuera, enrojecimiento facial, titubeos, respuestas pobres, nerviosismo visible … en definitiva, señales de incomodidad evidentes. En nuestro diálogo interno, afán de perfeccionismo, quedarnos con la mente en blanco, atención a los síntomas corporales o intentos de adivinar el pensamiento del otro – siempre para mal – son las acciones más corrientes.
¿Cómo se llega a esta situación? En principio todos los humanos nos preguntamos constantemente desde pequeños, siendo el método más universal para obtener información. Sin embargo, hay bastantes más usos de la interrogación como herramienta, algunos no demasiado inocentes. Esta lección la aprendemos rápido, especialmente cuando empezamos a ir a la escuela. Cualquiera que haya pasado algún tiempo con niños se da cuenta pronto de que, a pesar de estar aún desarrollando sus habilidades cognitivas, son observadores imbatibles y agudos analistas de la realidad. No se les escapa tampoco el peculiar papel de las preguntas en el ámbito escolar: saben perfectamente que, cuando el profesor les hace una, conoce la respuesta por adelantado.
Su profe no está interrogándoles porque necesite ampliar su conocimiento, sino para comprobar que efectivamente se saben la respuesta. Es más, se lo pregunta delante del grupo de iguales, por lo que la evaluación ocurre en presencia de todos: el miedo a decir algo inconveniente o ridículo puede ser muy elevado. La peor pesadilla para un niño es atraer las burlas de sus compañeros cuando responde incorrectamente. Este fenómeno no es en absoluto exclusivo de los centros escolares, pues abundan los adultos con tendencia a exhibir la inteligencia o rapidez mental de su prole empleando el mismo método ante una audiencia compuesta por otros adultos.
Con la llegada de la adolescencia, el efecto de la valoración ajena cotiza muy al alza y la posibilidad de meter la pata al responder cuestiones puede llegar a tintes dramáticos. Sobre todo cuando a la vez estamos creándonos una identidad adulta al mismo tiempo. “Van a pensar que soy tonto”, “no voy a saber qué decir y se reirán”, “como me equivoque me llevaré una buena bronca” … que puede fácilmente conducir a profecías autocumplidas del estilo “soy un inútil”, “nunca digo nada interesante”. El retraimiento, el aislamiento o la ansiedad social están servidas y es cuando entra el miedo al hablar en público.
¿Qué podemos hacer con este aprendizaje distorsionado? Pues igual que en su momento lo aceptamos e interiorizamos, podemos aprender a vivir estas situaciones desde otro lugar. Para eso es necesario trabajar tanto con los pensamientos y emociones que surgen como con las acciones que realizamos, producto de las primeras, para así superar el miedo de hablar en público. Algunos apuntes para perder el miedo y superar la fobia social ha hablar en público podrían ser:
Dejar de tener miedo de hablar en público es posible gracias a técnicas y herramientas que te ayudarán a entender cómo quitar los nervios al hablar en público. Pero si ves que por ti solo no consigues superar esos miedos y esa fobia al hablar en público nuestra terapia individual podría serte de gran ayuda. No dudes en contactar con nosotros y deja que nuestros psicólogos en Barcelona te ayuden a superar tus miedos.
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