¿Qué es (y qué no es) la dependencia emocional?
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Un tópico frecuente en la consulta del psicólogo es el apartado de las relaciones amorosas, que tantísimo nos preocupan (como no puede ser de otra manera). Los humanos contemporáneos le damos vueltas y vueltas al asunto hasta aburrir, psicologizando cualquier pequeño aspecto relacionado con ellas, porque además nos encanta. No hay nada más entretenido que un buen salseo para animar una reunión social. Uno de los comentarios estrella en terapia es el inevitable “creo que tengo dependencia emocional” cuando la persona se refiere a relaciones activas o pasadas. Caer en la trampa de la dependencia es una especie de pozo negro cuántico que nos aterra. Tanto, que huimos hasta del mínimo indicio que suponga un pasito en esa dirección.
O eso creemos. En general, solemos confundir la dependencia emocional con otras situaciones que no tienen nada que ver con ella, sino con el hecho natural de establecer vínculos afectivos con los demás. Estar comprometido emocionalmente con alguien conlleva ciertas renuncias a la propia independencia personal – hay alguien más a quien tengo en cuenta en las decisiones diarias que tomo, y que en ocasiones me limita las opciones -, pero que en principio y si todo va bien, no me cuesta hacerlas. Esta vinculación, si es profunda, se puede tomar por dependencia cuando no lo es. Hay tres conceptos importantes alrededor de esta cuestión que, aunque tengan nombres similares, se refieren a fenómenos diferentes: dependencia, codependencia e interdependencia.
La dependencia emocional
Técnicamente, la dependencia emocional es un patrón de relación disfuncional. Eso significa que está marcado por sentimientos negativos y dificulta el normal desarrollo de la vida diaria de la persona. Este patrón se caracteriza además por una necesidad excesiva del otro, lo que lleva a una disminución notoria de la autonomía personal, y una sensación de vacío e insatisfacción. La persona en dependencia emocional experimenta estados internos similares a las adicciones, y como en cualquier adicción, se ve incapaz de tomar las riendas.
Una persona dependiente emocional distorsiona la imagen de su pareja, único protagonista y omnipresente en el relato sobre la relación: lo que el otro hace, dice, piensa o siente es el núcleo central alrededor del cual solo reacciona. La visión de lo que debe ser la relación también está deformada: el amor que lo puede todo, la entrega absoluta e incondicional a cada momento. Este desequilibrio de poder pone al dependiente emocional en una situación de inferioridad desde la que intenta por todos los medios mantener la relación. Esto incluye intentos de control de la conducta – “¿con quién has quedado?” “¿por qué miras a ese?” “si no te quedas conmigo es que no me quieres” -, posesividad expresada de forma muy demandante y más técnicas que generan discusiones continuas y un alto desgaste energético.
La dependencia emocional está, por tanto, muy relacionada con el apego ansioso según los tipos identificados en la teoría del apego: vínculo que se establece desde la desconfianza y la inseguridad, buscando la aprobación del otro. Aunque pueda dar la impresión de indefensión, es una posición desde la que se puede llegar a ejercer una fuerte presión – incluso maltrato – a la pareja.
La codependencia
Este caso es diferente de la dependencia emocional, pero no se trata de dos dependientes emocionales juntos, como pudiera pensarse de forma intuitiva. Codependencia define una relación presidida por la adicción a una persona dependiente y sus problemas. Es muy importante señalar que aquí “persona dependiente” no es lo mismo que dependiente emocional. Con un ejemplo se entiende mejor: hay relaciones que se articulan alrededor de un problema de alcoholismo, consumo de drogas, una depresión o cualquier cuadro que suponga una dificultad que necesita atención. Muchas personas se ven atraídas entre otros factores por la necesidad de ayudar al otro en la resolución de su situación. La empatía, la pena y la convicción de que el amor es todo lo que se requiere para “curar” a quien lo necesita los lleva a colocarse en posición de salvador. Se genera así una dinámica de necesidad mutua: uno de ser salvado y el otro de salvar. Estas relaciones, si no saltan por los aires antes – la dinámica salvador-víctima genera conflictos, al descontar el salvador las necesidades de la víctima, y rechazar la víctima la ayuda tal como se la presentan -, se terminan cuando el problema desaparece. A partir de ese momento, lo que se ha construido alrededor de algo que no existe, deja de tener sentido. En terapia se detectan enseguida cuando el protagonista de la relación no es ninguno de sus miembros, sino “el problema X”.
Interdependencia
Finalmente, la interdependencia sería “la asociación de dos personas que se influyen de manera consistente en sus vidas” (Baron & Byrne, 2011). De manera consistente implica que esta influencia es estable y que promueve el bienestar de los miembros de la pareja – si la influencia aumenta el malestar, la relación se acaba rompiendo -. Hoy en día se valora mucho la autosuficiencia, una aspiración que está alejada de la realidad del ser humano: como especie social, en algún aspecto necesitamos interrelación con otros humanos, ya sea para obtener ayuda, apoyo o afecto. Desde la autonomía personal, yo puedo elegir con quién me relaciono y ceder voluntariamente parte de mi independencia a cambio de beneficios mayores. Si el compromiso lo veo como una cadena que me ata, es que quizá no es la persona con la que quiero estar: al compartir pierdo independencia, pero gano una relación significativa. Esta reciprocidad del vínculo es la que hace por ejemplo que echemos de menos a nuestra pareja cuando se va unos días fuera, nos lleva a tenerla en cuenta cuando planificamos, a querer compartir momentos con ella, etc.
Para entender la diferencia entre interdependencia y dependencia, en este caso en que la pareja está ausente una semana por trabajo, el dependiente emocional se pasa los días sufriendo por si pensará en él, le echará de menos, a ver si se va a estar liando con alguien, hace horas que no me ha escrito, etcétera. Le va a reclamar atención, y cuando por fin aterrice, se va a sentir aliviado porque su calvario ha finalizado, aunque lo disfrace de alegría. También es posible que fría a su pareja a preguntas sobre lo que ha hecho o le recrimine algo.
La persona en una relación de interdependencia va a echar de menos a su pareja, tendrá ganas de verla de nuevo, pensará en ella y puede que haya planeado algo para hacer cuando llegue por fin. Momento que además vivirá con alegría. Nada de todo esto es malo, al contrario. Significa que el amor está vivo y goza de buena salud. Muchas personas en esta segunda situación creen que son dependientes: para deshacer esta confusión solo hay que examinar la relación. ¿Puedo tomar iniciativas propias sin ser reprimido? ¿Me escucha, me respeta y me tiene en cuenta? ¿Confía en mí y yo en la otra parte? Si es así, no hay peligro.
Baron, R.A. y Byrne, D. (2011). Psicología social (10ª ed.). Madrid: Pearson/Prentice-Hall.
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