Sesgo de Confirmación
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La psicología social, entre otras ocupaciones, se dedica a estudiar cómo los seres humanos nos vemos afectados por nuestros semejantes, normalmente en mayor profundidad de lo que estamos dispuestos a reconocer. Uno de los efectos más comunes de la influencia del grupo sobre el individuo es el que se conoce como sesgo de confirmación. Se trata de la tendencia a mostrarnos de acuerdo con la opinión mayoritaria, aunque internamente creamos que es errónea.
En principio puede sonar raro, ya que a la mayoría nos gusta pensar que le damos preferencia a nuestro criterio, pero hay unas cuantas razones de peso para que el sesgo confirmatorio nos acabe pesando más. La más evidente es la necesidad de sentirnos parte del grupo; verse rechazado por las personas de nuestro círculo es un riesgo que nadie está dispuesto a pagar, ya que nos coloca en la antesala de la soledad, el mayor temor de casi todo Homo sapiens. Verse enfrentado a la opinión mayoritaria es un trance que no demasiados están dispuestos a atravesar. Por otra parte, nuestra propia inseguridad sobre la capacidad de explicarnos la vida, tan compleja, ambivalente y azarosa ella, nos lleva a buscar confirmación en los demás, atribuyéndoles importancia y sabiduría supuesta – si yo no sé decidir, igual este de aquí al lado sabe algo que yo no sé -. Es muy difícil ignorar lo que los demás nos dicen cuando escuchamos lo mismo repetido de boca de más de tres o cuatro personas.
El sesgo de confirmación en la vida cotidiana
El sesgo de confirmación está muy presente en nuestra vida diaria, como así lo atestiguan multitud de frases hechas y refranes relacionados, sean a favor – “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”, “Donde fueres haz lo que vieres”, “Dime con quién andas y te diré cómo eres” – como en contra – “Y si tus amigos se tiran por un puente, ¿tú también lo haces?” -. El sesgo de conformidad sostiene en el tiempo las tradiciones mucho más allá del punto en el que pierden su significado; si “siempre se ha hecho así”, lo seguimos reproduciendo aunque nadie recuerde ya por qué se estableció de esa manera. Pero el miedo a discrepar, a tener otra opinión y mantenerla en público frente a lo establecido, hace que cambiemos de idea y pasemos a apoyar a la mayoría. Estar bien considerado y ser aceptado y querido es mucho más importante – y cómodo – en muchas ocasiones que señalar una verdad difícil – el argumento, sin ir más lejos, de “Un enemigo del pueblo”, de Ibsen -.
En función del riesgo que valoremos en la discrepancia y de la importancia de nuestro grupo de pertenencia, vamos a tender a modificar nuestras ideas y acomodarlas a la mayoría; hay que tener en cuenta que esta adaptación implica también un grado mayor de confort – basta con aceptar un esquema mental que nos viene dado y que podemos compartir fácilmente – y simplificación de la vida diaria. Además, el sesgo confirmatorio se aprende a edades muy tempranas, cómo no, en el seno de nuestras propias familias.
Te lo digo por tu bien
A cualquier niño o niña se le enseña desde muy temprana edad a acatar y obedecer el criterio de los adultos a su cargo. Es una imposición en el supuesto – la mayor parte de las veces cierto – de que sus progenitores saben más sobre el mundo que ellos, e implícitamente se acata por ambas partes. Sin embargo, no es infrecuente que los adultos traten de ir más allá de lo razonable y traten de coartar las iniciativas espontáneas de su prole, cuando no las cuestionen abiertamente o se burlen de sus reflexiones infantiles. En estilos autoritarios de crianza, esto va más allá de la primera infancia y se puede extender mucho más lejos; preadolescentes o ya incluso jóvenes adultos se ven presionados para hacer aquello que sus padres esperan de ellos, con el argumento de que saben mejor lo que les conviene.
En muchos hogares, las personas crecemos con la idea de fondo de que el criterio ajeno es mejor y más ajustado que el propio, aunque en nuestro fuero interno pensemos diferente. La vida es mucho más tranquila para aquellos que siguen el camino predeterminado, incluso con el convencimiento de que pueden elegir libremente, mientras no se salgan de la hoja de ruta; entonces es cuando aparece la presión social y la sentimos en toda su fuerza. No es extraño que el sesgo de confirmación esté tan presente a la hora de tomar decisiones de cómo nos posicionamos con respecto al grupo. Cuando salimos fuera de casa, lo que encontramos no es más que una continuación de esta tendencia.
Sesgo confirmatorio en la adolescencia
Si hay un periodo especialmente crítico en el que el sesgo confirmatorio cobra una importancia desmesurada es la adolescencia. El proceso de elaborar una identidad adulta propia, paradójicamente, es el momento temporal en que más expuestos estamos; la necesidad de formar un grupo de iguales, socializar con aquellos que creemos que más se parecen a nosotros, nos hacen vulnerables y acabamos aceptando ideas o costumbres que no nos gustan. Empezamos a beber aunque no le encontremos la gracia, porque nuestro grupo de amistades lo hace. O nos da por fumar. Es el momento en que más fácilmente somos sugestionables por organizaciones de diversa índole – políticas, sectas, bandas y demás -, en que aquello que nos digan nuestras figuras de referencia se nos puede quedar grabado.
Sesgo de confirmación en la adultez
En la edad adulta, una vez conformado un sistema de valores, también estamos expuestos; el cambio es difícil según el grado de disidencia o separación que implique. Entornos como el laboral no parecen los más indicados para mostrarse en disconformidad con la opinión de la mayoría, por los riesgos que conlleva. Desde instituciones, compañías y organizaciones se fomenta la conformidad, cuyos efectos más extremos conocemos todos – la amplia aceptación en Alemania del nazismo, por acudir a uno de los más manidos, sostenida mediante el sesgo de conformidad -. El sesgo de confirmación está reflejado y estudiado en numerosos experimentos, como el clásico de Asch, o trabajos como los de Moscovici. Uno de los más polémicos es el de Milgram sobre obediencia y conformidad, que viene a apuntar en una dirección parecida; la cuestión de fondo es que, si bien un cierto grado de consenso es necesario para funcionar socialmente, en muchas situaciones puntuales puede resultar contraproducente para los individuos si el grupo no es capaz de acomodar la discrepancia.
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