Estrés social y soledad: apagar el ruido
Inicio » Blog » Psicología cotidiana » Estrés social y soledad: apagar el ruido
Índice de contenidos
Cada día recibimos decenas de mensajes que nos alientan a salir, vivir experiencias, ser extrovertidos y conectar con los demás: es bueno tener una sólida y densa red de amistades, una relación de calidad, un contacto familiar cercano … que además hay que cuidar, dedicándole tiempo y atención. Lo que pocos se acuerdan de mencionar es que todo este trajín de salidas, quedadas y eventos que implica socializar, cansa. El aparentemente simple hecho de mantener conversaciones puede resultar agotador, como cualquiera que se dedique a la atención al público puede certificar. La interacción social provoca fatiga y estrés: el estrés social existe, aunque pase desapercibido.
En el otro lado del espectro, también recibimos alertas sobre la soledad y sus peligros – que los tiene, obviamente -. Hay quien la etiqueta de epidemia, y desde luego, existe una clara tendencia hacia el aislamiento social, promovido por estilos de vida donde predominan las largas jornadas laborales, las obligaciones múltiples, el enclaustramiento en casa, la falta de espacios públicos para uso comunitario y la amplia oferta de ocio solitario. Los seres humanos buscamos el contacto con nuestros semejantes, y cuando lo deseamos, pero no lo tenemos, nos referimos a ello como soledad. Estos dos fenómenos, la soledad y el estrés social, están relacionados con el proceso de socialización, pero en muchos casos de una manera no evidente y que causa mucho malestar psicológico si no se comprende bien.
Estrés social y fatiga mental
Los psicólogos masacramos a la gente recordándoles la importancia de la escucha activa, una forma de estar en la conversación que requiere concentración, observación y también abundantes esfuerzos cognitivos por monitorizarnos, enlazar pensamientos o hacer deducciones para averiguar qué es lo que nuestro interlocutor está diciéndonos realmente. La escucha activa también significa dar señales a la otra persona de que la estamos escuchando y que hemos entendido lo que nos intenta transmitir. Por último, supone refrenar la tendencia a la desconexión para elaborar nuestra respuesta, una tentación impulsiva que casi todos tenemos. Todo este ejercicio es sencillamente agotador: si tienes la oportunidad de hablar con alguien que se dedique a una profesión que necesite de escucha activa, te contará cómo es incapaz de enfocar su atención en nada productivo tras finalizar su jornada. Se puede intentar socializar sin emplear la escucha activa, claro, pero entonces no estamos conversando.
Ahora extrapolemos este esfuerzo a un escenario donde estamos interactuando con varias personas, en ocasiones simultáneamente, mientras además recordamos los datos particulares de cada cual: quién se lleva bien con quién, qué tipo de relaciones, preferencias, opiniones y demás, y donde hay conversaciones cruzadas. Pasar horas confraternizando tiene un coste mental elevado, aunque no seamos conscientes de ello. Cuando llevas un par de semanas alternando con gente lo suficiente, el estrés social aparece y tu organismo comienza a dar señales de necesitar un poquito de silencio, paz y tranquilidad a su alrededor.
Soledad y aislamiento deseado
No pocas personas aparecen en consulta preocupadas por notar estos síntomas de padecer estrés social, aunque casi ninguna lo identifica en un primer momento como tal. Su deseo de “quedarse tranquilamente en casa” les llena de angustia, por si fuera la antesala de un irreversible despeñamiento por el barranco de la soledad. Se sorprenden renunciando a una cena con los amigos porque prefieren sentarse en el sofá y ponerse una serie. Lo cual no tiene nada de malo en sí mismo, al contrario.
Cuando el descanso genera culpa
Pero aquí aparecen ciertos pensamientos recriminatorios muy populares y que generan mucho malestar: “deberías estar haciendo algo productivo en vez de estar aquí tirado”, “si sigues por ese camino vas a perder a tus amistades, seguro que se lo están pasando genial mientras tú estás en casa haciendo la rancia”, “los demás están todo el tiempo haciendo cosas interesantes y tú metido en tu cueva”, “cuando llegue el lunes y me pregunten qué he hecho el finde, no tengo nada que decirles” y una larga letanía de reproches que derivan también del ambiente que sostiene el estrés social. Redes sociales, conversaciones de cafetería, oferta de ocio … todo conspira para mantenernos en esa idea de que hay que estar muy atareados todo el tiempo haciendo algo.
Pararse, dedicarse unos días a leer, cuidar las plantas, pasear el perro, ver series o estar en chándal por casa son actividades mal vistas. Pero esenciales para descansar. Sobre todo, del exceso de interacciones sociales. Todos necesitamos en ocasiones que nos dejen solos y tranquilos, que no nos hable nadie, no ser molestados, dedicarnos un rato a estar con nosotros mismos, y si no queremos invertir ese tiempo en nada productivo, está bien. Rebajar el nivel de ruido a nuestro alrededor es una necesidad. No nos vamos a quedar ahí en bucle, porque una vez recuperadas las fuerzas, nos volverá a apetecer charlar con algún semejante. Pero si por alguna razón, decidiéramos quedarnos un tiempo en ese estado, tampoco sería un drama, salvo que nos sintiéramos mal por ello. La clave para diferenciar si estoy experimentando soledad o no es la sensación de incomodidad interna.
Necesitamos contacto y también descanso
Tendemos a convertir esta tensión entre nuestra necesidad de contacto humano y la de disponer de privacidad en una lucha, como si hubiera una opción mejor que la otra. En realidad, ambas son imprescindibles, aunque resulten contrapuestas: el secreto está en saber identificar cuándo una pasa por delante de la otra y poder atenderlas sin regañarnos por las elecciones que hacemos. Si estoy estupendamente en casa, entonces no estamos hablando de soledad, sino de retiro y descanso, mientras que, si me apetece no parar por allá más que para dormir, es síntoma de que estoy a tope de energía. Cuando me lleguen las señales de estrés social, ya tomaré las medidas oportunas.
Si sientes que el ruido externo y las exigencias sociales te abruman, o no sabes si estás evitando a los demás o simplemente cuidándote, quizá sea hora de mirar hacia dentro con más compasión. Como psicólogo en Barcelona, puedo ayudarte a distinguir entre el descanso saludable y el aislamiento doloroso, y a encontrar tu propio ritmo. Si lo necesitas, estoy aquí para acompañarte.
Artículos relacionados

Desconexión digital: cómo incorporarla a tu vida
La compasión es una actitud imprescindible para afrontar situaciones difíciles en la vida sin venirnos abajo ni hacernos más daño del necesario.

Compasión: Guía de Uso
La compasión es una actitud imprescindible para afrontar situaciones difíciles en la vida sin venirnos abajo ni hacernos más daño del necesario.

Ansiedad y estrés: estilos de vida insanos
Cuando nos hablan de comunicación en la pareja, en pocas ocasiones nos indican cómo hacer que sea efectiva y aprender a negociar con conflictos