Desconexión digital: incorporarla a tu vida

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El concepto de desconexión digital es relativamente reciente, ya que responde a un malestar específico relacionado con el uso continuado y frecuente de dispositivos electrónicos modernos, como los móviles o las tabletas, pero también relojes inteligentes (smartwatches), o en general, cualquier aparato capaz de emitir notificaciones constantes. Lo que se diseñó con la intención de facilitarnos la vida – cosa que ha conseguido -, ha terminado por generar problemas de fatiga, atención dispersa, fallos de memoria o incapacidad para concentrarse. Que tienen su traslación psicológica en problemas de ansiedad, sensación de baja autonomía y disminución de la autoestima, que es lo que ocurre cuando tenemos la impresión de que no sabemos manejarnos con la vida.
Las tres D de la desconexión digital
Para entender el fenómeno que se intenta solucionar por la vía de la desconexión, se han elaborado tres modelos diferentes, conocidos como las tres D:
- Droga. Se concibe la conexión casi permanente como una adicción, así que desconectar tiene que ver con la salud de la persona. Aquí la causa sería la susceptibilidad de cada persona al estímulo, su “debilidad” para caer en esta presunta trampa de las redes, comunicaciones y etcétera. Por tanto, hay una inclinación innata a engancharnos, así que no tenemos mucha capacidad de decisión en esto. El foco de la desconexión es la abstinencia total – un objetivo poco realista dado el mundo en el que vivimos -, y las herramientas principales son el “detox” o la terapia para dejar las pantallas.
- Demonio. En este plano hablamos de la conexión como una distracción que nos impide ser productivos. El diseño de las aplicaciones tecnológicas está pensado para atraer nuestra atención y sacarnos de aquello en lo que estamos implicados. El usuario necesita recuperar el autocontrol y aprender a no apartar la vista de lo importante: se trata de “resistir la tentación”. Las aproximaciones al problema incluyen silenciado de notificaciones, o apps que fomentan la abstinencia. Sí, hay un componente casi religioso en esta perspectiva.
- Donut. Hablamos de la conexión a las pantallas como un placer que afecta a nuestro bienestar. El problema es un ajuste inadecuado (comemos demasiados donuts), y la capacidad de dominar la situación depende de en qué contexto nos movemos (nos apetece comernos uno, o podemos dejarlo pasar, según el hambre o la gula que experimentamos). La desconexión digital se adapta a las necesidades del momento: son localizadas, puntuales y destinadas a restaurar un equilibrio.
¿Para qué desconectamos?
Cuando alguien se plantea una desconexión digital es porque está experimentando sensaciones desagradables al atender demandas, notificaciones o tareas – muchas veces inútiles o superfluas –, en la creencia de que no puede evitarlo. A veces nos damos cuenta de ello solos, en otros casos alguien nos pone en la pista: puede ser que necesitemos mejorar nuestra vida social – uno de los primeros aspectos que se ve afectado negativamente por el uso excesivo de tecnología -, por bienestar psicológico – si bien nos producen placer en primera instancia, el uso prolongado genera un malestar de fondo -, por productividad – sentirnos inútiles -, privacidad o sensación de autoeficacia. Si hemos detectado que lo necesitamos, el siguiente paso no es machacarnos, sino planificar cómo y qué vamos a hacer.
La desconexión digital en el trabajo
En el ámbito laboral, la desconexión digital es un derecho y así está recogido en las diferentes legislaciones europeas, nacionales o autonómicas. Aquí se trata de proteger el derecho al descanso del trabajador, por supuesto en aras de la productividad y también de la responsabilidad profesional, pero también del cuidado de la salud mental. Este derecho está relacionado con otro importantísimo, el de la conciliación laboral y personal. Tanto el trabajador como la empresa deben velar por el correcto descanso de cada profesional, y eso implica evitar comunicaciones y conexiones fuera de los horarios establecidos. El trabajador es libre de no responder ni conectarse durante sus periodos de descanso o vacaciones, y la empresa ha de velar por respetar este espacio (lo contrario es una práctica denunciable). Un contacto continuado con el lugar de trabajo, aun a distancia, prolonga la jornada laboral (asunto especialmente delicado en los tiempos del teletrabajo, donde es posible no descansar ni en tu propia casa salvo que pongas límites). Así que los mensajes del jefe en sábado se pueden – deben – ignorar olímpicamente sin que supongan una penalización.
Niveles y formatos de desconexión
Hay muchas formas de plantearse una desconexión digital, no tiene por qué suponer deshacerse del móvil y borrar todas tus cuentas de correo. En el fondo va a depender de las necesidades y los problemas que cada uno haya detectado, y de una mínima reflexión sobre nuestra capacidad de introducir cambios: es poco realista plantearse silenciar las notificaciones si tengo un trabajo y un par de hijos emancipados viviendo a cierta distancia de mí, por ejemplo. Los niveles habituales son, de más radical a menos:
- Dispositivo. Aquí se valora deshacerse de algún aparato (no de todos), por ejemplo del smartwatch que me molesta o me distrae a cada momento y no puedo dejar de mirarlo porque está dentro de mi campo visual a poco que muevo las manos.
- Aplicaciones. Se puede pensar en desinstalar, desactivar o restringir alguna que me esté consumiendo el tiempo de mi vida. Instagram, TikTok o Whatsapp, por ejemplo.
- Funcionalidades. ¿Me engancho al chat con desconocidos? ¿Discuto demasiado por privado con conocidos de un foro de programación? Si no quiero dejar la app, me puedo limitar algunas funciones. Hay que tener en cuenta que muchas aplicaciones tienen incorporadas funcionalidades destinadas tan solo a que pasemos tiempo ahí dentro.
- Usuarios o mensajes. ¿Hay alguna persona que me drena la atención? ¿De las que envían 20 mensajes por hora o 14 audios? Puede que las adore, pero su nivel de conectividad me arrastre a un lugar donde no quiero estar. Una buena política es dosificárselas.
La desconexión puede ser permanente o temporal, pero siempre es deliberada. Si no puedo por mí mismo, hay quien me puede ayudar. O también puedo usar aplicaciones destinadas a limitarme: la disponibilidad es amplia y el método variable (información del tiempo de conexión, recompensas por estar desconectado, castigos como el agotarte la batería o esconderte iconos, ponerte límites o incluso desconectar en grupo). Pero en el fondo, lo principal es comenzar a tomar conciencia de que, igual que llevar una alimentación equilibrada, un sueño regular o hacer ejercicio, el desconectar según la necesidad, nos puede ayudar a sentirnos mejor, más capaces, tranquilos y confiados.
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