Ansiedad y estrés: estilos de vida insanos

Si has llegado a este artículo sin conocimientos previos sobre ansiedad o estrés, es muy probable que acabes de aterrizar en la Tierra desde el espacio exterior. La extensión y popularización de información sobre qué son y cómo manejarse con la ansiedad y el estrés es inagotable: podrías llenar tu agenda diaria solo mirando vídeos de cómo abordarlas, con miles de consejos para “controlar” o “eliminar” estos estados de ánimo tan desagradables. Parece que la mitad de la humanidad está ansiosa (hay quien llama a la vida contemporánea el periodo Ansiolítico) y el número de afectados ha crecido exponencialmente. Pero para los profesionales que pasamos consulta a diario, la supuesta epidemia de estrés y ansiedad que nos afecta no tiene mucho de misteriosa.
¿Es cierto que hay una epidemia de ansiedad y estrés?
En primer lugar, como tantos otros cuadros clínicos de salud mental, la ansiedad ya existía en tiempos pretéritos, aunque no se la conociera por ese nombre. Por ejemplo, en las historias que los primeros psicoanalistas hacían de sus pacientes a principios del siglo XX, llamaban “histeria de conversión” a diversas somatizaciones bastante espectaculares (ceguera transitoria, pérdida de la capacidad de caminar, etcétera), que hoy corresponderían a casos agudos de estrés crónico o elevados niveles de ansiedad. Se le denominaba histeria porque la inmensa mayoría aparecía en mujeres, sometidas a una presión social brutal. Si alguien se está preguntando si esto sigue pasando a día de hoy, la respuesta es afirmativa: la exigencia interna y externa de larga duración puede brotar en crisis corporales con espasmos, bloqueo de extremidades, parálisis, desmayos, pérdida de visión, pinchazos que se confunden con un infarto y un largo catálogo de síntomas bastante aterradores. En resumen, ya existía, pero no se llamaba así, por lo que una parte importante de esta “epidemia” proviene de visibilizar algo que pasaba por debajo del radar.
En segundo lugar, esta extensión de la ansiedad y el estrés por todos los países y sociedades de tipo capitalista occidental, no aparece por generación espontánea ni brota de la nada. Y mucho menos del interior de cada individuo. Un elemento fundamental para explicar el mundo psicológico de un ser humano es el entorno donde desarrolla su existencia, las condiciones económicas, culturales y sociales a las que se tiene que adaptar, y que van a impactar enormemente su forma de pensar, sentir y actuar. Los autodenominados occidentales vivimos en un ambiente social donde se promueven como valores fundamentales de deseabilidad social, la productividad, el éxito material y el reconocimiento positivo de los demás. Además, ha de ser fulgurante para que se nos valore como “triunfadores” en la carrera de la vida.
A este cóctel explosivo se le han añadido además algunas dimensiones adicionales en esta aspiración de llevar vidas contemporáneas perfectas:
- el estar sano y saludable, con su significado oculto en cuanto a cumplir con un determinado canon estético para no resultar sospechoso de “descuidarte”
- el “alcanzar tu mejor versión” retomando así una versión maníaca de corrientes filosóficas antiguas (el estoicismo y la idea griega de llegar a la areté) que implica que nunca eres suficiente
- el adoptar un ideal de sabiduría y trascendencia a través del “trabajo personal” por el cual has conseguido sublimar ciertas emociones consideradas nocivas (los celos, la envidia, el rencor …) y, por tanto, puedes sentirte superior a otros
- Un largo etcétera de virtudes sociales convertidas en acciones propagandísticas (por ejemplo, cierta idea de civismo virtuoso llevado al extremo, como se vio durante la pandemia)
Efectos de tratar de alcanzar lo imposible
Cumplir con los mandatos en todas estas áreas a la vez es, por supuesto, irrealizable. No hay horas en un día que permitan atender en primera persona (porque además el responsable de lograr todos estos objetivos vitales eres tú mismo/a) las innumerables tareas en el nivel de detalle requerido. Una parte de la población ignora este hecho y da todo lo que puede de sí para intentar el asalto a la perfección, donde espera la recompensa en forma de éxito y felicidad. Otra parte se da cuenta de la enormidad del desafío, que excede con creces sus capacidades.
Los primeros suelen dejarse caer por sesión con somatizaciones diversas y cuadros de tipo ansioso: no solo presentan síntomas claros de agotamiento físico, mental y emocional, sino que además arrastran ideas de fracaso y la carga de una enorme culpa. También muchísimo miedo a ser rechazados por inadecuados. Los segundos aterrizan con la confusión habitual en aquellos que, si bien han descartado el plan que se les ofrece por no creer en su viabilidad, no saben muy bien cómo afrontar el hecho de vivir. Descorazonados y tristes, desarrollan un carácter fatalista y desconfiado que les hace sufrir. Se desinteresan por el mundo que les rodea, aunque no les guste la idea.
Cómo rebajar niveles de ansiedad y estrés
¿Cómo se revierte este estado en una sociedad que te empuja a superarte, a llegar más lejos y más alto sin detenerte a tomar aire? Hay varias maneras, pero lo primero que necesitamos es desarrollar cierto espíritu crítico sobre para dónde vamos, quién nos está diciendo qué y si está realmente alineado con nuestros intereses. Soltar lastre y renunciar a objetivos superfluos nos va a ayudar muchísimo a aligerar agendas. Desculpabilizarse por no querer seguir la senda de la productividad exagerada a toda velocidad, seleccionando solo lo imprescindible. Poder aprender y practicar la renuncia, el aplazamiento y la priorización de objetivos vitales. Cuando interiorizas y eres capaz de decir “en realidad no lo necesito” antes de descartar o posponer algún compromiso, tarea o proyecto, sin culpa ni remordimientos, la vida es mucho menos asfixiante.
La vía para llegar a esto no es, ni mucho menos, el distanciamiento de la experiencia vital ni de otras personas. El famoso desapego no significa que no valores las relaciones ni los logros, sino que los consideres de manera crítica. Análisis crítico entendido de forma no negativa, sino más bien reflexiva: se trata de preguntarse, siempre desde la amabilidad y la compasión, si estoy yendo para donde quería y si soy quien quiero ser. Ah, y por supuesto, sacar tiempo para el descanso. Darle la importancia que tiene y merece el no ser productivo todo el rato.
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